Madre de todos, ¡qué cantidad de gilipolleces hay que soportar! Estamos en medio de una pandemia que ha puesto nuestra economía de rodillas, pero los que deben encaminarse a tratar de minimizar el daño, que ya ha sido suficientemente grande, están preocupados por el pudor y la elegancia.
En medio de este proceso de vacunación, donde no solo se ha de pelear contra el tiempo, sino también contra la estulticia y la desinformación, a los genios del gobierno no se les ocurre nada más que pensar en el glamour. Porque claro está, las filas kilométricas deben ser uniformes. Y no se extrañen que en realidad no solo quisieran que fuéramos en pantalón largo y zapatitos de charol, sino con saco y corbata los hombres y vestido de cóctel las damas, desde luego, porque hay que demostrar un respeto. ¿A quiénes? ¿A las sufridas enfermeras que lo único que quieren es cumplir con su trabajo y proteger a la mayor parte de la población lo más deprisa que puedan y que están acostumbradas, en su loable trabajo, a ver las partes pudendas de los mortales que acudimos al médico? ¡Váyanse al carajo, señores!
¿No creen ustedes que ya tenemos suficiente con pelear contra los chips, el grafeno y el sello de la Bestia para que pongan más trabas a aquellos que se arman de paciencia y se lanzan a la vacunación haciendo las cosas como se deben hacer? ¿Le exigieron al que se vacunó en su casa haciendo gala de sus prebendas que estuviera en traje de gala o a él sí le permitieron hacerlo en pantaloneta y chancletas de dedo?
He escrito muchas veces acerca de las estúpidas imposiciones indumentarias decimonónicas que imperan en este país de churuca y carnaval; he despotricado contra la incongruente tontería de exigir a alguien que se tome la foto de la cédula con peluca si tiene el cabello pintado de azul pero permitir a la otra que vaya a fotografiarse con su pelo pintado de rubio nórdico mientras su color natural es tan negro como el sobaco de un grillo; me habrán leído, los que me siguen, burlarme por activa y por pasiva de la escasez del cacumen de los que piensan que alguien es más o menos dependiendo de si va bien vestido o no. Para ello tienen como muestra los botones de los asistentes a la Asamblea, bien elengantones ellos, bien supicucús, bien trajeados con corte italiano y corbata de seda ellos y ellas con sus vestidos al último grito de la moda, (aunque muchas de ellas aún no han aprendido el refrán que dice “De la moda, lo que te acomoda”), y son todos una panda de golfos apandadores. Supérenlo, por favor, por su bien y el de todos nosotros, olvidémonos de una puñetera vez de normas retrógradas, que los ladrones de banco, los violadores, las asesinas, las corruptas y los criminales de guerra también usan uniformes, pantalones largos y vestiditos recatados.
A ver si ya vamos entendiendo que el hábito no hace al monje, que la ropa que uno lleva puesta no es lo que define si soy o no soy digno de entrar a un banco, de ir a una reunión de padres de familia o de recibir una vacuna. A ver si ya vamos entendiendo que llevar la falda del uniforme por debajo de la rodilla no impide los embarazos adolescentes y los que nos dirigen entienden que la mayor parte de los países del mundo han entrado en el siglo XXI. Vale, no todos, pero muchos de ellos. Y les aseguro que en el nuevo siglo se vive mejor, sin estupideces puritanas ni ahuevazones y corsés mentales que lo único que consiguen es tener un país de ignorantes sin vacunar, pero con pantalones largos, cabello alisado y tinte amarillo pollito.