El caos y el desconcierto reinan estos días en la Estación Central de Berlín. La capital alemana se ha convertido en uno de los principales destinos de miles de ucranianos que huyen de la guerra. Pero por si estas personas no tuvieran suficiente, a su llegada a la estación se topan con nuevas y duras normas de acogida por parte de las autoridades alemanas.
El problema radica en los traficantes de personas, que han aprovechado la actual situación para hacer negocio con prácticas ilegales. Para hacerles frente, las autoridades exigen a todo aquel que quiera ayudar o acoger a los refugiados a registrarse y rellenar minuciosamente los formularios oficiales. Un proceso que inevitablemente ralentiza aún más la larga odisea hacia la seguridad.
Jörn, voluntario de la estación reconoce que «la situación está degenerando un poco. No está todo controlado como debería. Aquí trabajan cientos de voluntarios durante el día y al menos treinta por la noche, y sin esos voluntarios esto no funcionaría».
Más de tres millones de personas, casi la mitad de ellas niños, han huido de Ucrania desde que comenzó la guerra hace tres semanas. En medio de una ola de solidaridad sin precedentes, se han producido casos de engaño y abuso que han hecho saltar las alarmas. Toda precaución, por tanto, es poca.