Hace unos días, Ángela Rodríguez Pam, política española miembro de la federación gallega de Podemos, que es la actual secretaria de Estado de Igualdad y Contra la Violencia de Género escribió en su cuenta de Twitter lo siguiente: “la libertad de decidir con quien desea mantener una relación sexual es patrimonio de la mujer y no puede ser interpretado subjetivamente por nadie y atribuirse la decisión de mantener relaciones sexuales con ella salvo que exista expreso consentimiento de la víctima para tal fin”. (sic)
Sin entrar en el penoso desarrollo de la ortografía, la sintaxis y la gramática de esta señora, a la cual no conozco y de la cual no había oído hablar hasta que leí su obra maestra tuitera, hay varias cosas que en su tuit me saltan a los ojos y a riesgo de seguir siendo considerada misógina, como por ahí me llaman, no puedo dejar de romper una lanza, ya ni siquiera a favor de los hombres, sino a favor de la razón y el sentido común. Porque esto se nos está yendo de las manos, señores, se nos está yendo mucho de las manos. Dice la individua esta que es “Patrimonio de la mujer” la libertad de mantener una relación sexual con alguien, es decir, el hombre no tiene libertad sexual. O sea a un hombre se le puede violar, o tocarle sus partes pudendas, o podemos tocarle el culo (y no, señoras, no piensen que esas cosas no ocurren, ocurren mucho más a menudo lo que ustedes se piensan).
Pero está bien, concordemos que la mujer tiene la libertad de poder elegir aquel con quién tener un revolcón, bien, no le paremos mientes a esto porque hay algo mucho más grave en este tuit que es la frase: “expreso consentimiento de la víctima”.
Fíjense ustedes, en esta ley llamada ‘solo sí es sí’ las autoridades españolas, el Gobierno español, ha definido a la mujer como víctima.
Se presume a partir de ahora que la mujer es una víctima, salvo prueba en contrario. Esto quiere decir que el hombre pasa a ser automáticamente victimario. Todos los hombres son violadores a no ser que puedan probar lo contrario. Esto, señores y señoras, es una verdadera aberración jurídica que tira por tierra la presunción de inocencia, la buena fe y la carga de la prueba en el acusador. A tomar por el culo varios cientos de años de desarrollo legal y avances jurídicos. Se los han cargado de un plumazo. Y aplauden como focas. Nos hemos vuelto todos locos.
Yo, que quizás he sido siempre un poco levantada de cascos y he llevado mi libertad sexual por bandera mientras grito ‘¡Por mi coño moreno!’, esto me parece un espanto. ¿En serio hemos llegado a un punto en el que no solo no somos más libres y autónomas sino que el Estado tiene que tutelarnos en la cama?
Yo, que nací en los años ochenta en una ciudad de provincias me niego rotundamente a que me cuiden como si fuera una virgen decimonónica. Me niego a tener que llevar chaperona, a que un hombre no me pueda dirigir la palabra sin previo acuerdo o presentación formal. Me niego a depender de nadie para mi defensa. No soy manca, ni una víctima. Sobre todo no soy una víctima.
Pobres tiempos estos cuando, en lugar de enseñar a las niñas a ser Urraca I o Boudica, Atalanta, María Pita, Agustina de Aragón, o Leonor de Aquitania, las abocamos a ser una de las Bridgerton.
No, este tipo de leyes no son un avance, no protegen de nada, ¿saben por qué? Pues porque los violadores, al igual que los asesinos y los ladrones, son delincuentes y se pasan las leyes por el forro de los cojones. Al resto de los seres humanos estas leyes solo nos complican la vida.