Sexo
Ahora que ya tengo su atención les diré que no soy amiguera, pero mis amigos son de a de veras. Si yo considero que usted amerita que yo lo llame ‘amigo’ puede usted jurar que cuenta conmigo en las duras, en las maduras, de noche o de día, (eso sí, un amigo de verdad sabe que mi sueño solo se trunca sin consecuencias por causa de vida o muerte, por ejemplo, creer que estás embarazada no lo es, vas a estar igual de embarazada a las once de la mañana).
Bien, aclarado este punto, les cuento que tengo amigos de todos los pelajes, el que es faro y ancla, piedra y calma; el lobo negro y amenazante al que apapacho sin miedo a los colmillos; compañeros que me alegran el día cuando me dicen que soy su personaje favorito; eumnésicos de los que me enamoré por su sapiencia; caballeros antiguos de blasón y adarga con los que no dudaría de colocarme espalda contra espalda, misericordia en mano, para pelear a muerte con sus enemigos; capitanes valientes; románticos empedernidos; locas de atar y de desatar; amigas de hace una vida, o dos, o tres, de las que me pierdo por años, por décadas, pero que siguen siempre ahí, ellas lo saben y yo lo sé; la que me regala libros y aventuras; la que se mete a la selva conmigo; el que se niega a venir a la selva conmigo; la que monta obras de teatro para que yo pueda actuar; un lord inglés que me ofrece, de vez en cuando un oasis de paz; un duende que sabe cómo tocarme el cabello; esos poetas que me ofrecen sus letras antes que a nadie…
Hay más, pocos más, pero alguno más hay y cada uno de ellos está en un sitio especial, entre todos forjan la galaxia que me arropa, fuerza centrípeta y centrífuga que me mantiene en equilibrio. Los reconozco uno a uno y uno a uno los amo como son. Como quieren ser… porque no soy yo nadie para decidir cómo debe cada uno vivir su vida. Si alguno de los que fueron mis amigos, en algún momento, hizo algo que me demostró que me había equivocado al ofrecerles mi mano, no exijo cambio ni devolución, media vuelta y patitas en polvorosa. Él no debe cambiar. Él tiene derecho a vivir su vida y actuar como desee, pero sin mí cerca.
¿Serían ustedes capaces de describir a sus amigos? ¿Saben ustedes quiénes son? ¿Cuándo piensan en ellos piensan en lo importante que es para su amistad que ellos se acuesten con hombres, con mujeres o viceversa? Si esta última pregunta tiene alguna importancia en su definición de amistad, es usted un gilipollas.
Y no se lo mando a decir con nadie.
Estamos en junio, estamos en un mes en el que se declara la libertad, la amistad irredenta, el amor a pesar del fanatismo, pero a pesar de estar en pleno siglo XXI, aún hay imbéciles que se permiten el lujo de rechazar, señalar, negar y denigrar.
Gentuza que, en lugar de mirarse el ombligo para descubrir y reconocer sus propias miserias, miran alrededor para darse el tupé de señalar que los otros cogen mal. Sin darse cuenta de que nada de lo que sermonean tiene ningún sentido.
Uno ama al prójimo o no. Lo acoge en su galaxia o lo deja seguir flotando cual basura espacial, pero no impone un modelo de universo uniforme. Porque unos serán lunas y otros, estrellas, otros son agujeros negros misteriosos y siempre habrá alguna enana blanca. Pero tú no eres ningún dios, (no, fanático imbécil, no lo eres), para decidir que Saturno debe perder sus anillos o que Orión tiene que quitarse su correa porque tal y como son no encajan en tu modelo cosmológico. Así que haznos un favor a todos, móntate en un cohete y despega.