Estamos presos, nos tienen encadenados como galeotes en remo, sin necesidad de cadena ni bozal. ¿Nos creíamos que con la retirada del toque de queda ya íbamos a poder restaurar nuestras libertades ciudadanas?, (si es que creíamos que las teníamos, claro está). Pues miren y les cuento dos detallitos, pequeños, para que vean cómo andan las cosas en este país.
Hoy es 2 de noviembre, Día de los Difuntos, la gente se apresta a visitar las tumbas de sus familiares. Llegan al Jardín de Paz, en teoría un camposanto privado y cercado, dizque el descanso más seguro y tranquilo, como su propio nombre indica, para los seres queridos que ya no están con ustedes. Resulta que se han robado la placa de bronce que la familia puso para marcar el lugar de descanso eterno de los restos ancestrales. Los reclamos al maestro armero. El Jardín de Paz no se hace responsable de los robos. Como aparcamiento de centro comercial cualquiera, ellos te cobran por dejar allí el muerto, pero lo que le pase al muerto a ellos ni les suena ni les truena, una vez que se roban las placas, tejo, ajo y agua. Y ni te creas que puedes llevar otra así como así, oh, no. Ellos dejan bien claro que, si eso pasa, ellos, la administración, el negocio, son los únicos que pueden proporcionar la nueva lápida, a elegir te dan varios modelitos, bien supicucús y al precio que a ellos se les pone en el huevo derecho. Buen negocio, sí, señores, y una forma fantabulosa de sacarse sus buenos realitos. ¿Quieres tener a tu mami adorada o a tu querido padre allí enterrado? Pues ya sabes, esclavo eres a merced de los caprichos de tus amos. Y si no quieres, vete a ver qué haces con lo que queda de tus afectos.
¿No tienen bastante ejemplo de que estamos presos en manos de unos cuántos? Venga, otro, después de una pandemia y el penoso manejo que nuestros gobernantes han hecho de la misma, miles y miles de personas han perdido sus carros por no tener con qué ni cómo pagarlos. De modo y manera que los asaltantes de caminos se están frotando las manos, los buses hacia el interior van repletos, una parada técnica logra aligerar a los pasajeros de su equipaje, que ya sabemos todos que se viaja mejor cuando se viaja ligerito. Y ya, todo perfecto, les cobro por el pasaje y me embolso un sobresueldo para cubrir el aumento del combustible. ¿Han pensado ustedes en compartir carro con sus vecinos o amigos para no tener que arriesgarse a estos desatinos y poder visitar a sus familiares con tranquilidad? Pues tampoco ese camino a la libertad está libre y despejado, porque pueden ustedes encontrarse con un retén en el cual los agentes decidan que necesitan esquilmarlos un poco para poder redondear su sueldo ese mes y los obliguen, o a besarse para ver si realmente son íntimos o a bajarse del bus, aunque en él ni siquiera se hayan subido para poder continuar camino.
De modo y manera que estamos presos, cada uno en su casa y dios en la de todos, con miedo a asomar la nariz, no sea que una bala perdida nos la vuele, sin poder tomarnos unas pintas porque hay una ley retrógrada y extemporánea que nos obliga a sufrir aunque no suframos y sin saber qué nueva tortura se les ocurrirá a nuestros carceleros para hacernos entender que no somos más que siervos subyugados y sometidos comiendo mierda para que unos cuantos coman langosta.