En cierta ocasión estuvo en boca un pregón que decía: “La comida es la paz”.
La expresión tiene connotaciones veraces porque un pueblo bien alimentado impulsa hechos que emanen otros beneficios.
Está comprobado que la comida mantiene al pueblo sosegado, garantiza felicidad y la paz social.
Pero muchos de los habitantes de la nación no tienen una alimentación adecuada porque gran parte de los nutrientes que requieren son importados y a precios costosos.
Pero el mal continuará mientras tengamos gente sin deseos de trabajar y proliferen tierras ociosas esperando gente laboriosas que las conviertan en parcelas rentables.
En Panamá, que se supone es una tierra de promisión, hay demasiadas parcelas ociosas que esperan acciones para extraer recursos que frenen la importación.
Lamentablemente la producción agropecuaria está ceñida a rubros tradicionales y al parecer no hay visión para abrir otras oportunidades agrarias.
El productor agropecuario, teniendo las oportunidades que le ofrece un mundo de ofertas, siembra los mismos rubros y tiene los mismos animales y es limitada su visión futura.
Hay extensiones territoriales ociosas, inexplotadas, menospreciadas e ignoradas que esperan ser trabajadas por hombres laboriosos que las pongan a producir para diversificar los rubros que aquí no se producen y evitar la millonaria fuga de divisas hacia naciones que se enriquecen mientras nosotros nos empobrecemos.