Dícese de la dificultad que impide a alguien razonar la cosas o darse cuenta de ellas, una ofuscación tenaz y persistente. Y eso es lo que les pasa a ciertos grupos que, en su obcecación por recabar o acaparar unos supuestos derechos, pisotean la razón y el razonamiento.
Hace unos días subí en mi cuenta de Twitter un trino que decía lo siguiente: “Vengo por aquí a despedirme. Esto que ven ustedes es uno de los artículos de la nueva Ley del Artista que está lista para subir a la Asamblea. Señoras y señores: Panamá para los panameños” y añadí una imagen del artículo en cuestión que reza lo siguiente: “Cuando los espectáculos involucren a menos de cuatro artistas podrían darse las siguientes excepciones: tríos de dos panameños y un extranjero legalmente establecido; dúos de un panameño y un extranjero legalmente establecido. En el caso de espectáculos de carácter individual, solistas, o que solo hay un espacio para un artista, este espacio será exclusivamente para los panameños”. Así, con dos cojonazos, el ‘Anteproyecto de Ley del artista, trabajadores del arte y del entretenimiento’ se carga los derechos de una buena parte de la población y nos manda, directos y sin escalas, a la constitución de corte nacionalsocialista instaurada por Arnulfo Arias en 1941.
Porque aquí no hablamos de ilegales, de personas que no tienen papeles, no, aquí estamos hablando de que el tener los papeles en regla, tener tu permiso de trabajo, tu cédula y haber regularizado tu estatus de residente permanente no te sirve para un culo. Aquí estamos hablando de ciudadanos de primera y de segunda. Estamos hablando de cerrar las puertas a cientos, no, a miles de personas que han hecho de Panamá su hogar, aportando su talento y sus impuestos en este país y a los cuales les pegamos una patada en el culo, abriendo, eso sí, las puertas al juega vivo y a las corruptelas, porque ¿quién va a asegurarse de que esto se cumpla? Obvio se tendrán que crear sindicatos que cobrarán por formar escuadrones de vigilantes, habrá delatores y como quien hace la ley hace la trampa, habrá, sin duda un tarifario para conseguir que se mire para otro lado, (venga, señores, no pongan ese gesto de incredulidad, que vivimos en Panamá, el país donde el corcho se hunde y la mierda flota, ustedes saben que va a ser así).
La que esto firma estuvo durante varias semanas en las reuniones donde se discutía esta piltrafa hasta que pegué una patada en la mesa, indignada y frustrada por el silencio de los buenos, porque la única a la que se le oía levantar la voz era a la misma loca de siempre, es decir, a mí. Porque el resto me decía que no pasaba nada, que yo debía entender que estamos en época electoral, que ese punto en concreto ya estaba pactado y era inamovible y que bueno, que si era necesario pues que ya se buscaría la forma de jugar la pacheca.
Y allí siguieron todos sentados en la mesa, legitimando algo que no es correcto, con culillo de dar la cara, o con pereza de pelear porque todos tenemos mucho trabajo y todos tenemos muchas cosas que hacer y todos tenemos otras preocupaciones y al fin y al cabo, ¿qué importa que se le corten las posibilidades de trabajo a unos cuantos? Si no pueden seguir haciendo lo que saben que se larguen con viento fresco, porque Panamá, el corazón del universo, es un corazón duro; y el pro mundi beneficio de los próceres de la patria nos lo pasamos por el arco del triunfo.
La dichosa ley se presentará y pasará, o no, pero el daño ya está hecho, muchos otros seguirán la estela, seguiremos cerrando puertas, atrancando espacios, replegándonos en la miserableza y la mediocre pantomima. Cada vez seremos más pequeños, más pendejos, más insignificantes.
¡Ay, si mi adorado Renato Ozores, o Fermín Naudeau, o Richard Neumann, o Demófilo de Buen, o Agustín Álvarez Villablanca o la gran dama del teatro Elisa Fernández, levantaran la cabeza!