Los panameños debemos empinarnos orgullosos por la organización y desarrollo de las actividades políticas coordinadas por nuestro Tribunal Electoral.
En esta América Latina, vapuleada de nefastas irregularidades, parcela llena de intrigas y traiciones, debemos estar ufanarnos por nuestro Tribunal Electoral una de las entidades mejor organizadas de la región.
El Tribunal Electoral de la República de Panamá, es digna de respeto y su organización es reconocida por otras naciones e inclusive por países que alegan ser portaestandartes de la democracia.
Sin inclinarse políticamente, su misión de supervisar, organizar, vigilar el fiel cumplimiento del código que rige el proceso electoral y mantenerse como gendarme vigilante para que se respete el voto sagrado sin tintes contaminantes.
Al renacer la democracia, después de aquella cruenta invasión del 20 de diciembre de 1989, el Tribunal Electoral de la República de Panamá, se despojó de su pasado falso, tenebroso y adultero, para convertirse en honroso estamento de impecable proceder y que otras naciones, cuyos comicios han sido perturbados, desean imitar.
Al caracterizarnos por reprochar lo malo y honrar lo excelente, esperamos que la ciudadanía no pierda la fe en nuestro Tribunal Electoral institución que, confiamos, se mantendrá imparcial en esta crucial actividad política donde forcejean diez aspirantes al palacio presidencial y, entre ellos, se percibe el deseo malsano de algunos de recurrir a procedimientos indignos.
En este trotar hacia las urnas, debemos confiar en el Tribunal Electoral que es la institución honrosamente garante de promover, organizar, reglamentar los comicios que, se vislumbra, será una lucha tenaz entre candidatos que intentarán usar perversas zancadillas para alterar resultados.
Mantengamos nuestra fe en el Tribunal Electoral que es la entidad que emitirá fallos, aclarará dudas, garantizará la pulcritud del sufragio y esperamos que, como lo ha hecho hasta ahora, no contamine su honestidad.