No. No tuve esa suerte. Ni lo conocí, ni compartí con él en fiestas, banquetes, bodas ni bautizos. Él no sabía quién era yo. Nunca departí con él acerca de lo divino y lo humano. No tuve la suerte de poder hablar con él sobre poesía, sus libros favoritos y su concepto de patria. No tengo ni la más remota idea de si prefería a Quevedo o a Góngora, si le gustaba Alberti o si, como yo, odiaba a Neruda. No, gracias a él no tengo trabajo, ni tengo fotos con él.
Una vez más se me revuelven los higadillos cuando miro alrededor, y siento espanto. Porque para un poeta, (para uno de verdad, señores, no para los que dicen serlo), lo más importante no es su rostro, sino sus palabras.
Pienso ¿cuántos de los que se dan golpes de pecho, se mesan los cabellos y lloran lágrimas de cocodrilo se han leído sus libros, más allá del par de estrofas repetidas hasta la saciedad de ‘Panamá defendida’?
Leer. Sus. Libros.
Leer sus libros, leer es la mejor manera de honrar a los poetas, a los literatos, a los escritores. No esperar a que se mueran para hacerles homenajes, no entonar elegías a su falta, sino leer sus libros, a ser posible mientras están vivos, devorar sus letras. Comentarlos en vida, aprenderse sus versos, no solo los que te hacen recitar en los eventos de la escuela en el mes de la patria, sino en tu día a día.
Es muy bonito presumir de poetas cuando se mueren, sobre todo si no molestan, si no incomodan, si dicen las cosas que nos gusta escuchar, viven sus vidas discretamente, no tenemos que mantenerlos comprando su obra y se van sin hacer ruido. Esos son los escritores que nos gustan, con esos sí merece la pena tomarse fotos.
Por eso a mí me gustan los escritores vivos y coleando (sí, y culeando también, que el sexo es poesía), me gusta hablar con ellos, beber con ellos, aprender de ellos, por eso me reúno con los que puedo siempre que puedo, por eso me pongo nerviosa cuando voy a conocer a alguno de los grandes, y no, no me suelo tomar fotos con ellos, y no, si las tengo no las publico, ¿por qué? Pues porque la libertad es poder hacer lo que uno le dé la gana y a mí me gusta cuidar a mis afectos, no mostrarlos como fieras en una jaula.
Quizás sea eso, sí, señores, vivimos en un gran circo en el cual los artistas debemos pasar a la pista central a hacer nuestros números y esperar el aplauso del público, y el grand finale es el momento de la muerte, cuando nos lanzamos desde el trampolín más alto haciendo un triple hacia atrás sin compañero que nos agarre y sin red de seguridad, mientras el público aplaude imitando a las focas que salieron en el número anterior a jugar con la pelota de playa.
Pero a mí no me gustan los circos, me gustan los amigos, las risas, el alcohol, pelearme a gritos o a puñetazos, reconciliarme con tragos de vodka helado, aprender, beber mezcal hasta perder el sentido, emocionarme leyendo una y otra vez aquella frase tan genial que logró que odiase al que la escribió. No, no me verán subiendo fotos con poetas muertos porque a mí me gustan los poetas vivos.
¿Saben ustedes cuántos grandes poetas tenemos en Panamá, vivos, en este momento? ¿Saben ustedes cuáles son sus libros? ¿Cuántos libros de poemas han comprado en el último mes? ¿Saben ustedes que los escritores escriben para ser leídos y no solo para que los presuman ustedes en sus redes sociales?
Y sí, no hace falta que me lo digan, sé que soy una comemierda desagradable y sé que a nadie le gusta que le digan las verdades a la cara, pero es un trabajo necesario y alguien tenía que hacerlo.