Queriendo caer en gracia y sin ser graciosos, vimos en días pasados a varios pendejos, miembros del Gobierno, desfilando mientras trastabillaban y trataban de encajar el rasgueo del güiro que sostenían sin gracia con el sonido de la música. Un espectáculo lamentable, que no causaba gracia sino pena ajena, porque los miembros de este gobierno, si algo han demostrado a lo largo de los años que llevamos sufriéndolos, es que no saben caminar y mascar chicle al mismo tiempo.
Las efemérides patrias, donde se conmemoran las fechas que signan la libertad del istmo como República, se ensombrecen año tras año con la asistencia de estos papanatas y otros como ellos a los desfiles.
Ratas que hace apenas unos días y siguiendo la música, como los roedores del flautista, disfrutaron las dianas a puerta cerrada, separaditos del pueblo llano, no sea que este vaya a contagiarlos de algo, fo. Gentuza que se cree que por haber sido elegidos en las urnas, (o que no han sido elegidos pero han sido ungidos por el dedo del compadre que sí fue escogido), se consideran superiores y mejores que el resto de la población. Se olvidan de que cagan como todos. Y como todos morirán algún día, aunque hoy se crean imbatibles por la guadaña de la Parca.
Pánfilos y pelafustanes de baja ralea que se trepan en los palcos como si el hecho de estar por encima del pueblo que los elige y les paga sus sueldos, los eximiera de la mala conciencia de ser unas ratas rastreras.
Allí están todos, con camisilla de gala y botones dorados, con vestiditos dizque folclórico estilizado, con sombreros que cuestan más de lo que ganan al mes muchos de los que los miran con resquemor. Las autoridades bajo palio, todos ellos sentaditos y cómodos, protegidos del inclemente sol y la lluvia en unas estructuras bien aseguradas para que nada les vaya a pasar a sus traseros; mientras los niños y las niñas, bajo el sol y la lluvia rinden loor a esa patria a la cual los que los miran desde arriba saquean sin asco como los golfos apandadores que son.
Ellos tranquilos y bien custodiados, mientras los que van a ver los desfiles deben esquivar cráteres en las carreteras, alcantarillas sin tapa y socavones en las aceras. Ellos trasladados en carro oficial con chófer y sus hijos disfrutando de todas las comodidades, mientras miles de niños del interior no solo tienen que vadear ríos y sus padres rezar porque no les pille una cabeza de agua, sino que tienen que desfilar con el barro hasta las pantorrillas porque nadie se ha dignado en hacer las carreteras que se necesitan.
Pero ¿a cuál de ellos les importa un ardite ni con la patria ni con los niños que no son los suyos ni con los padres que no son ellos? A los mangantes que nos desgobiernan seguro que no les importa, ellos están muy contentos, desfilito aquí, desfilito allá, abanderamiento acá y brindis acullá.
¡Qué bonitos se escuchan los discursitos con voz engolada y tonito dizque solidario que dicen aquello de “Solo unidos todos y todas lograremos…”! Pero, ¿quiénes van a lograr qué? Si la mayoría solo logra llegar a trancas y barrancas a final de mes y los otros logran cada vez mayores beneficios para ellos y sus allegados?
¿Qué patria vamos a lograr construir si los maestros constructores no son más que timadores profesionales que, como el primer cerdito del cuento, hacen nuestra casa común de paja? ¿Quién se cree el cuento de que cuando llegue el lobo de los malos tiempos y sople y sople, ellos se van a quedar a remar contracorriente con la gente común y corriente?
No, señores, a estos tarambanas seguro que no los vemos bogando a la par del pueblo, ellos y sus sombreros y sus tembleques se irán con viento fresco, dejando que otros sean los que vean los desfiles dentro de dos años.