En toda campaña política es natural que, quienes sienten la inminente derrota, inventan o utilizan sus refugios ilegales o traicioneros para refrenar la fuerza arrolladora que amenaza sepultar con votos a los mercaderes que injurian, mienten y crean falsos testimonios.
Usar el descrédito como arma innoble es indigno, especialmente de aquellos que la desesperación política los torna asaltantes del erario público.
Las turbulencias políticas empiezan a sacudir a los habitantes que, decepcionados y anhelando recuperar su dignidad, preparan una avalancha de votos para aplastar a los que convirtieron a este país en un feudo personal festinando con los recursos estatales.
Hay ferviente deseo de llegar a las urnas para que el 5 de mayo de 2024, restaurar la dignidad del país expulsar a los mercaderes de este templo llamado Panamá y dar paso a una revolución de ideas, transformaciones sociales que reconstruyan este país sin necesidad de recurrir a bochornosas persecuciones políticas, sin odiosos revanchismos que dividan a los panameños.
Estamos convencidos de que vendrán mejores días, siempre y cuando el pueblo en su proceder sensato, no se deje engañar, menos intimidar y escoja a quien siente les hará recuperar la dignidad, abrirá surcos de prosperidad y reestructurará los cimientos carcomidos de este país.
La batalla electoral apenas empieza. No es necesario caer en provocaciones ni dejarse arrastrar por los delincuentes instigadores de violencia.
Pacientemente esperemos la oportunidad para clavar la daga del voto liquidando aquellos que utilizan la política para alcanzar el botín que sacie su codicia.
Los gobernantes de los últimos diez años nos mantienen postrados como si fuéramos mendigos de una cofradía que se turna en el poder.
No somos esclavos miserables de una casta política; tampoco habitantes de una especie de cueva donde un puñado se beneficia en detrimento de la mayoría.
Desprendámonos del yugo opresar y preparémonos para frase de aquel pregón popular que dice: “hemos avanzado, la lucha continúa”.