Panamá ha sido un país privilegiado en sus relaciones diplomáticas con los Estados Unidos.
Sin pecar de inmodestos debemos advertir que algunas naciones de América Latina y el Caribe envidian las cordiales relaciones que hemos mantenido con la primera potencial mundial en lo económico y militar.
Pero el hecho de tener fuertes nexos económico y sociales con Estados Unidos no nos obliga rendirle cuentas de nuestras actuaciones, ni hacerle genuflexiones. El respeto muto debe caracterizar nuestras relaciones.
Desde antes de 1856 cuando se inauguró el ferrocarril construido por los estadounidense, era evidente el interés de los norteamericanos por Panamá y fue significativo el apoyo que nos dieron para independizarnos, zafándonos del yugo que nos mantenía atados a Colombia.
Un canal construido en el corazón de nuestra patria fue el conflicto que nos mantuvo parcialmente enemistados con los Estados Unidos pero el problema se resolvió en términos pacífico y pese algunos detalles significativos, las dos naciones continúan siendo cordiales amigos.
Somos cordiales amigos, pero también independientes y el gobierno de cada país mantiene su soberanía física y mental, sin embargo, se producen hechos reprochables y vergonzosos.
Estamos en un proceso político para, mediante elecciones, renovar a las autoridades que nos gobierna y las ansias de poder ha convertido a ciertos candidatos en genuflexos ante el gobierno estadounidense.
Una dama, lidera la misión diplomática de los Estados Unidos en Panamá y siguiendo los lineamientos de su país, desarrolla actividades donde en ocasiones, desliza expresiones que pueden considerarse como regaños disimulados.
La embajadora estadounidense no se extralimita en sus funciones y es respetuosa pero hemos observado como aspirantes al Palacio de las Garzas le hacen reverencias permitiendo que ella sienta cierta autoridad para emitir conceptos en asuntos que no le incumben.