José era palabra. Palabra que creaba. José era voz. Voz sonora creando lazos
entre mundos. Conciliadora. Tonante. José era canto que se convertía en baile.
Baile que era debate. Debate que se saldaba incruentamente, pero que se
esterilizaba con alcohol. José era el banquete romano, la conversación eterna, el
dilema, el argumento, la lógica y sus postulados.
José era la voz a favor de los que no sabían cómo hablar. La voz en contra de los
que hablaban sin saber. José era el grito de aliento en la carrera, quien te
empujaba con la voz para que llegases a la meta. Era el que, en el silencio de la
madrugada, se levantaba a pulir y sacarle brillo a las palabras ajenas para que
alguien más brillase como una gema. José era la risa en el público que levantaba
una oleada de carcajadas, para que tú, en el escenario, no te sintieras sola.
José era la acción sin necesidad de palabras. La mano extendida sin preguntar.
José era siempre el pilar, la columna sonora que vibraba en la misma frecuencia
que la bondad, la integridad y la alegría.
José se nos escurrió entre las manos como un susurro un día cualquiera de
cualquier Carnaval; estoy segura de que escuchó el sonido de la campana
llamando a rebato, y con su sombrero bien calado y cámara de fotos en ristre se
fue tirando pasos rumbo al grito de “¡Agua!, ¡Agua!, ¡Agua!”.
José era quien ofrecía calma y vino, y un atardecer. Y luego te daba una patada
en el culo para empujarte a seguir. Y sí, he escrito culo, y lo he escrito en honor a
José, porque, ¡cómo gozaba él cuando yo escandalizaba con mis palabras a los
mojigatos!
José habla mucho más bajo desde hace un tiempo, pero a los que lo queríamos
no nos importa, lo seguimos escuchando. El eco de su voz resuena en los
recovecos de las casas, de las habitaciones que él llenaba con su presencia de
hombre. De hombre entero. De hombre íntegro. De hombre bueno.
José hace un tiempo que susurra desde otro sitio, pero la voz de José se quedó
José hace un tiempo que susurra desde otro sitio, pero la voz de José se quedó
impregnada en nosotros, en todos los que necesitábamos escucharlo. En los que
aprendíamos de su voz, palabra a palabra, verbo a verbo, risa a risa. En los que
leían sus palabras impresas, negras sobre blanco. José, la voz y la risa, siguen
sonando.
Mañana, en la Biblioteca Nacional de Panamá, se presenta un libro, por él, para él,
de él, sobre él, y alrededor de él, rodeando y rodeándonos de sus palabras y su
memoria nos reuniremos todos los que aún recordamos su voz.
“Escribo lo que pienso” se titula el libro, porque no podía ser de otro modo. Porque
José no podía decir nada que no pensase, porque nada de lo que él creía podría
callarse. La palabra de José ahora reposa en el silencio de la palabra escrita, pero
no es palabra silente, desde allí nos gritará mientras alguno de nosotros sigamos
recordando su voz.
(No se engañen con estas palabras, yo sigo muy enfadada con José, se me han
quedado muchos gusanos macerándose en mezcal esperando por él, y ojalá por
una vez él esté equivocado y nos volvamos a ver, porque ahí sí que sí, ahí José,
al que siempre escuché, ahí sí que me va a oír a mí…)