Decía en la Lobatomía de la semana pasada que hasta el momento los candidatos presidenciales que se plantean en el horizonte encajan a la perfección en las tres virtudes teologales que un cristiano de pro debe tener como norte en su vida.
Les contaba que el primero de ellos enarbola ante él la bandera de la fe. El segundo, el que se alza desde las mieles de poder ejecutivo en curso, toca la trompeta de la caridad. El tercero, lanza en ristre, enfila hacia los gigantes al grito de la esperanza.
La esperanza es la virtud por la cual esperamos confiados y creemos alcanzables nuestros deseos. Para los cristianos es Dios el que les concederá aquello que esperan y Tomás, el de Aquino, la definió como “virtud infusa que capacita al hombre para tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y los medios, tanto sobrenaturales como naturales, necesarios para llegar a ella con ayuda de Dios”, como las tesis del santo son un poco abstrusas lo parafrasearemos: “virtud infusa que capacita al panameño para tener confianza y plena certeza de conseguir ganarse la vida y los medios, tanto empresariales como estatales, necesarios para llegar a ello, Dios primero”.
Según los poetas es hermana de Hypnos, porque hay que estar dormido para seguir manteniéndola, y de la Muerte, que es lo único que la trunca. Spes Ultima Dea, la esperanza es lo último que muere porque de esperanza también se vive… aunque se muera de desengaños, que apostillaría mi señora madre.
En realidad yo veo al candidato esperanzador más bien como la esperanza al fondo del ánfora de la Pandora, cuando la curiosidad que mata gatos y países hizo que la mujer buscara lo que estaba quieto. (Eso de probar a ver qué pasa no siempre da buenos resultados, señores míos, y mucho menos en el votar, ya se lo voy diciendo).
El candidato en el que esperamos, como la esperanza en la jarra de Pandora, se quedó arrinconadito allí, al fondo, después de que todos los males se hubieran esparcido por nuestro país. La corrupción, la basura, el pocoimporta, el narcotráfico, las escuelas hechas verga, los huecos en las calles, el qué hay pa mí, el desempleo, los negocios turbios. La tormenta ruge embravecida y el candidato trata de amparar la llamita temblorosa de la esperanza para que los que aún quieren soñar, puedan seguirlo.
No digo yo que el que espere no desespere, sino que sin esperanza se encuentra lo inesperado porque nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas. El problema es que en este país tenemos el implanchable pelado de tantas patadas en el fuás que nos han dado y es muy difícil pensar en mantener la esperanza pensando que lo que mucho vale, tarde se alcanza, más que nada porque no estamos seguros de llegar a ver el amanecer con fulgores de esperanza y los que tienen hambre dicen «Mi panza no se llena jamás con la esperanza», porque saben bien que la esperanza es un pan en lontananza y que la esperanza es fruta de necios.
Que ya lo dice el poeta, más vale un toma una bolsa de arroz ahora que dos te daré un trabajo honrado dentro de unos años. Que la esperanza está muy bien, pero que lo que quiere la gente es esperar a que les caiga el maná del cielo durante cuarenta años, aunque para comer sin trabajar tengan que peregrinar por un desierto de penurias durante todos ellos.
Esperemos que las esperanzas se cumplan y que los que voten lo hagan siguiendo este otro refrán que dice que el votar sin esperanza, es el más fino votar, yo te elijo y nada espero, ¡mira si te voté bien!
Por mi parte no espero nada, como decía Maurice Maeterlinck, “La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo”.