Hace ya siete meses, (que sí señores, que llevamos siete meses encarcelados), al
inicio de la pandemia, cuando el lobo vírico asomaba las orejitas, las personas,
cual arrieras cargando resmas de celulosa, arrasaron los estantes comprando
papel higiénico.
No latas de mejillones, lo cual hubiera sido lógico, o arroz, lo cual puedo llegar a
entender, no, papel para limpiarse el culo, señores míos. Un fenómeno global.
Imágenes impactantes. Mujeres tirándose de los pelos en pleno supermercado
porque una le había arrebatado a la otra un paquete de rollos de papel higiénico,
hombres que salían del supermercado con dos carritos llenos a rebosar de…
¡rollos de papel higiénico!
Los psicólogos y los demás doctores que se encargan de esculcar los entresijos
de la complicada psique humana han dado suficientes explicaciones para este
ridículo comportamiento. No voy yo a abundar en ello. En los supermercados
pusieron enseguida restricciones de compra, no más de determinado número de
rollos por persona, y se solucionó el problema. (Imagino que a gusto de todas las
partes involucradas, ya que no he visto a nadie quejarse de no haber tenido con
qué limpiarse el trasero).
Cuando las autoridades panameñas, en su gran sabiduría, impusieron la ley seca,
y más adelante la levantaron, también impusieron restricciones a la cantidad de
alcohol que se podía comprar por persona.
¿Pero alguien, ¡por amor a todos los dioses del inframundo!, se ha preocupado
por los ansiolíticos?
Después de siete (que sí, que son 7), meses de confinamiento, los que ya sufrían
desórdenes mentales han visto cómo estos se multiplicaban ad infinitum. Y
muchos de los que nunca los habían sufrido han empezado a saber lo que son los
ataques de pánico, las crisis de ansiedad y la depresión.
Muchos de los que se creían que un ataque de pánico se curaba con un
“¡Cálmate, que no pasa nada!”, los que se pensaban que una persona con
depresión solo está triste sin motivo. Los que ante un ataque de ansiedad
alegaban aquello de “No te pongas histérica”, y cuando oían hablar de intento de
suicidio decían la sopeteada frase de “Solo quiere llamar la atención”, han
empezado a saborear las hieles de la adrenalina corriendo descontrolada por sus
venas, el corazón que se les quiere salir por la boca, la garganta que se les cierra
y no sé es capaz de llevar aire a los pulmones que empiezan a respirar deprisa en
un intento absurdo de no morir asfixiado, provocando hiperventilación que conlleva
hipoxia, provocando una baja concentración de CO2 y alcalosis respiratoria. Esta
alcalosis provoca mareos y vértigo, parestesia, ardor en la cara y en las
extremidades, espasmos que a veces son tan fuertes que llegan a romper fibras
musculares, contracciones tónicas, opresión y dolor en el pecho… y todo este
cuadro, que el paciente suele vivir en medio de frases como, “¿pero qué te pasa?,
¡tómatelo con calma!”, a veces termina en un síncope, que ciertamente es lo mejor
que le puede ocurrir. Así el cuerpo se regula solito y quien lo sufre deja de sentir
que se va a morir en ese instante.
La cosa es que en Panamá, en este momento, los ansiolíticos brillan por su
ausencia, en la CSS y en las farmacias privadas. Cuando vas con tu receta los
farmacéuticos te miran con cara de vaca cagona o con cara de conmiseración y se
encogen de hombros. Mientras tanto, el Ministrillo de Salud Pública, en lugar de
estar en lo que tiene que estar, se la pasa regañándonos como a niños
desobedientes porque ya no tememos al lobo negro del virus; sin que alguien le
haya dicho que la ansiedad y la depresión también nos están matando.