Aunque no soy yo mucho de paquidermos reconozco la humanidad en ellos de la misma manera que reconozco mi animalidad. A mí los elefantes me gustan pero libres, sin cornaca, borrachos y durmiendo sobre un campo. No me gusta achacarles a los animales virtudes dizque humanas, quizás porque reconozco que la mayor parte de las virtudes que me gustan en las personas son precisamente las que nos separan de la supuesta humanidad y nos acercan más a los animales.
Sí, soy de las que piensan que los animales son mejores que los seres humanos, lo cual no es mucho decir ya que, siendo nosotros animales como somos, nos parecemos a ellos más de lo que queremos pensar.
En fin, que no es este el momento para deliberar sobre filosofía y ética, sino para hablar de un comentario que hace unos día leí en las redes sociales acerca de una madre a la que los hijos se le iban de la casa a hacer su vida y ella afirmaba sentirse como un ‘elefante herido’.
Yo llevo reflexionando sobre ello varias semanas. Y como soy de reflexionar mucho he terminado por determinar que no debo ser humana pero que tampoco soy un elefante.
Es decir, tengo dos hijos, grandes, guapos y listos. Y son suyos, ni míos, ni del padre, ni de Dios siquiera. Suyos.
El cordón umbilical fue segado hace años. La sangre será más espesa que el agua pero el mandato animal es que cada individuo debe buscar su territorio, su sustento y crear su propia manada.
Mis hijos se van en apenas unos días a seguir y empezar, respectivamente, su educación. Me quedo sola, con mi manada de perros y gatos. Y voy a ser feliz. ¿No me gusta tener a mis hijos cerca? ¡Desde luego que mi corazón salta de alegría cuando escucho la bulla en la puerta y los oigo entrar como elefantes (al parecer hoy los elefantes insisten en aparecer en mi columna) en cacharrería pasillo adelante! Pero voy a estar feliz porque creo firmemente que la única razón por la que existen los padres es para embutirles a los hijos la comida en el gaznate cuando son pequeños y para empujarlos fuera del nido cuando ya tienen plumas suficientes para volar.
Y yo sería muy desgraciada si alguno de ellos tuviera que quedarse en casa, porque eso implicaría que sus alas no los sostienen, que sus dientes no están fuertes para desgarrar a las presas. Un animal débil es presa fácil y en las manadas de herbívoros la misma madre se los suele entregar a los depredadores para poder ponerse ella misma a salvo y poder criar otro cachorro más hábil.
Los hijos están hechos para ser. No para ser nuestros. El decir que sufres como un elefante herido porque tu hijo deja el nido y vuela solo es una humanización terrible de un animal que no tiene la culpa de que tú tengas carencias afectivas serias y dependas de que tu hijo sea dependiente de ti para poder sentirte una persona completa.
Me niego rotundamente a cargar a mis hijos con ese peso. Volad alto, tarugos míos, volad. Si me necesitáis, encended en la noche la lobiseñal y mamá llegará a la carrera, pero queredme, no me necesitéis, habladme porque lo deseáis, no por obligación.
Sois vuestros y de vuestros sueños. Sois hombres de bien y no le debéis a vuestra madre nada. No permitáis nuca que nadie os lastre, que nadie os amarre a un amor mal entendido.
Y cuando sea el tiempo y no volváis a verme, recordad que para eso os preparé. Porque la vida es aprender a tener y aprender a soltar.