No es la primera vez que me lo llaman. Se llama descarada a aquella persona que obra con desvergüenza, atrevimiento, insolencia o falta de respeto.
Muchos me tienen miedo y otros piensan que soy una bruja, pretenciosa y estrambótica. Algunos incluso se toman en serio lo de bruja y creen que voy a gastar mis poderes con ellos, como si yo no supiera que ya tienen ellos bastante con sus vidas de mierda.
Me llaman descarada y buscan excusas para descalificar aquello que no pueden controlar, porque los leones son los reyes de la selva, pero los lobos no trabajan en el circo, como dice la frase que ronda por ahí.
Descarados somos los que exigimos rendición de cuentas. Descarados somos los que no callamos para ver si los que están en la papa nos arrojan un hueso por ser perros buenos y portarnos bien. Descarados somos los que no tememos decir al pan, pan, y al vino, vino. A la corrupción delito y a la falta de ética, cochinada.
Somos pocos en este país, cada vez menos, cada vez hay menos que se atrevan a expresar su disgusto, muchos porque dieron con su precio, (oigan, que una cosa no quita la otra, todos tenemos nuestro precio, sí, yo también, aunque en algunos casos el precio no sea en dinero), otros porque están cansados. Cansados de pelear sin conseguir nada, cansados de poner la cara para que les tiren pasteles. Cansados del aquí nunca pasa nada, una mano lava a la otra, las dos lavan la cara y aquí paz y después gloria. Cansados de remar contra corriente. Cansados de tener que pelear contra las hordas que los enfrentan, alentadas por sus líderes espirituales, sean estos del pelaje que sea.
¿Para qué vamos a seguir peleando sin los peces gordos hijos de la gran puta que abusaron de los niños en los albergues siguen en sus casa y todos sabemos que solo han caído los mandos bajos? ¿Para qué salir a la calle si parece que a nadie le importa dónde están esos niños y en qué situación están? ¿Para qué vamos a seguir peleando si cada día sale un escándalo diferente? ¿Para qué pelear si los malos somos los que luchamos y no los que mandan a un par de decenas de militronchos vestidos como G.I. Joe para cerrar un pequeño negocio que les da la contra?
¿Para qué seguir exigiendo la lista que el Ministerio de Cultura prometió hace varias semanas si siguen sin darla y así va a quedarse, si hasta en la Contraloría se hacen los imbéciles y se niegan a dar las cifras de lo que se ha desembolsado a uno de los compañeritos pío pío del señor Ministro?
¡Descarada! ¡Bruja! Espantajo estrambótico que aúlla con descaro. Digan lo que quieran, yo sigo al pie del cañón, aquí, en mi esquina, preguntando.
Por cierto, señor ministro Carlos Aguilar, con todo el respeto debito al cargo que usted indignamente ostenta, ¿se puede saber cuándo va a dar a conocer la lista? Y después del espectáculo bochornoso del otro día en Atlapa ¿Ya podemos retomar con normalidad los eventos culturales? ¿Sí, verdad? ¿O es que usted le pidió el PCR a la señorita con la que usted apareció abrazadito en las fotos? Oh, disculpe mi atrevimiento, que es que quizás ella es miembro de su burbuja familiar. ¿No? ¡Ah!, entonces puede ser que fuera un trampantojo y lo que parece mucha gente apiñada en un pindín eran en realidad muy pocas personas guardando entre ellas la reglamentaria distancia de tres iguanas adultas.
Sí, debe ser eso, que, como me dijeron el otro día, yo vivo en otra pandemia, eso es, yo vivo en la pandemia de toda la gente normal mientras que algunos viven en los mundos de Yupi y se ríen de nosotros.