“¡Se ha perdido la cortesía en el manejo!” exclama quien pretende que aquel que va en su vía, por su carril y circulando correctamente le permita hacer una maniobra incorrecta, meterse de mala manera en la vía despúés de haber adelantado a toda la fila por el hombro o tras saltarse el alto correspondiente colándose en la circulación sin detenerse. Cortesía, ¿de qué cortesía estamos hablando?
La cortesía, según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, es una demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona.
Y no, caballero levantisco que maneja como si le asistiera el derecho divino a hacer de su capa un sayo campando por sus respetos en nuestras accidentadas calles, no me une a usted afecto ninguno, ni lo tengo en alta estima ni se me importa un ardite con que usted se esté cagando o tenga prisa en llegar a su sofá para alcanzar el inicio de la telenovela de su preferencia. Una cortesía es también una cortesanía, y aquesto es una atención, agrado, urbanidad, comedimiento, dícese de aquellas muestras de educación que se dan entre iguales en la corte y que denotan buena educación y pulidos modales. Ahora bien, ¿he de ser yo una dama cuando usted me demuestra ser un patán de baja estofa o una villana de bodegón de mala muerte?
Ya ha pasado el tiempo, rufianes, de poner la otra mejilla y demostrar bonhomía con quien solo la exige para poder cumplir sus regaladas ganas.
La última acepción de la palabra cortesía se refiere a un regalo o una dádiva. Exigen cortesía los que, haciendo un giro indebido se sofocan por los claxonazos que le propinan aquellos que deben detener su marcha, los que se aparcan en doble fila mientras dejan o recogen pasajeros que suben y bajan del auto con toda la pachorra del mundo. Debemos ser corteses con ellos, pero ¿qué cortesía demuestran ellos con nosotros? ¿Acaso entienden ellos nuestros problemas? ¿Saben acaso a dónde me dirijo? ¿Saben si es de vida o muerte la gestión que estoy realizando?
Llámenme maleducada, llámenme descortés, me importa un bledo. No, no le doy paso si las normas de circulación me dan a mí la prevalencia. No, no le ofrezco cortesía si viene usted en contravía. No, no pienso desviarme, no pienso hacer ninguna maniobra, no, no pienso retroceder si usted, cafre, tiene la mala suerte de encontrarse conmigo en una calle en la cual ha entrado por el lado que no es. Allí nos vamos a quedar el resto del día, hasta que usted dé reversa o hasta que llegue un policía de tránsito, lo que primero ocurra.
Y no, no soy cortés con los que, teniendo un alto a su derecha salen disparados de una vía secundaria hacia una vía principal. ¿Son ustedes funcionarios del Seguro Social? Enhorabuena. ¿Es usted un denodado trabajador que tiene ganas de llegar a su casa? Yo también. ¡Qué mala suerte para usted que haya coincidido yo delante de usted en ese momento!, porque no, no voy a ser cortés, porque es usted quien debe esperar a que la vía esté despejada para incorporarse a la circulación. ¿Qué eso no ocurre hasta el día del moco a la hora del huevo mientras usted está deseando llegar a su casa? ¡Mala suerte! Yo estoy deseando llegar a la mía, tengo la vía y si usted me choca, usted pierde.
A quejarse al maestro armero y a exigir un semáforo. Que en este país donde nadie sabe usar las malditas rotondas es el mismo donde los pájaros les disparan a las escopetas y donde el descortés exige cortesía.