En las pasadas Lobatomías comencé un ejercicio, el de emparejar a los candidatos presidenciales que se plantean en el horizonte con las tres virtudes teologales que un cristiano de pro debe tener como norte en su vida y con los pecados capitales que debemos evitar si deseamos llegar con bien a la contemplación eterna.
Habiendo ya acabado la trilogía de la fe, la esperanza y la caridad, comencé con los pecados que encarnan el resto de los candidatos, y habiendo visto la semana pasada la soberbia, entraremos esta semana en las garras de la avaricia.
«Un pozo sin fondo que agota a la persona en un esfuerzo interminable de satisfacer la necesidad sin alcanzar nunca la satisfacción». Así leemos la descripción que Erich Fromm hace del rácano virus que ahoga los corazones del candidato que hoy analizamos.
Aunque solemos entender la codicia como un ansia desmesurada por riquezas, la santa iglesia católica apostólica y romana entiende la codicia como un término que engloba muchos tipos de pecados incluyendo la deslealtad, la traición deliberada, la aceptación de sobornos, la estafa, el robo y el asalto, (sobre todo si en ellos se utiliza la violencia), los engaños, la manipulación de la autoridad para el beneficio personal y también, desde luego, la acumulación de objetos y bienes. ¿Por qué? Pues porque todas estas son acciones que pueden ser inspiradas por la avaricia.
La codicia para el cristianismo es la causa primera de la corrupción y de la desigualdad social.
Y para solucionar estos problemas que permean nuestra realidad llega el superhéroe don MT. Un gran empresario que se codea con la jet set; él y su esposa siempre van pulcros, elegantes y a la última moda de París-New York, a las soirées de la high class.
Este personaje tiene varios negocios y siempre piensa en cómo ahorrarle dinero al país guardándolo él, sin pararle mientes a las implicaciones éticas que sus acciones puedan conllevar, nunca le ha importado cambiar de bando, ningunear a sus subordinados o hacer negocios, sino abiertamente ilegales, sí moralmente reprochables. Un hombre que camina por el filo de la navaja ética.
Don MT presenta sus opiniones arreboladas con la pátina de la confianza en sí mismo, asegurando que sabe bien lo que hace, y en efecto, lo sabe, sabe bien lo que le conviene… a él y a sus propias finanzas.
Sus maquinaciones están presentadas de tal forma que provocan la hilaridad entre aquellos que tienen orejas para escuchar y memoria para recordar.
Amarrete, egoísta y mal intencionado, don Máximo Tacaño nos presenta en los pasquines de Condorito el modelo del codicioso, de aquel que sin conformarse con lo que pudo acaparar y ha logrado conservar y aumentar sin que nadie haya puesto en duda los medios para conseguirlo, vuelve al ruedo una y otra vez para seguir acumulando prebendas sin intención ninguna de mejorar la vida de los que lo rodean. Cosa que, de haber tenido la intención de hacer, hubiera podido hacer en numerosas ocasiones en las que estuvo en sus manos ser bondadoso.
A él nunca le ha interesado ni su país ni sus compatriotas, solo salta cuando le tocan algo suyo, y vuelve para pescar en aguas revueltas, sin discriminar si son años de vacas gordas o de vacas flacas, don MT exprime su sinecuras hasta el máximo hasta que ya, dándose golpes de pecho y enarbolando, a la vez, la bandera de su humildad.
Un Scrooge a quien el fantasma del pasado se ha olvidado de visitar, alguien que sofoca al fantasma del presente con mesiánicas fantasías de opio y a quien el fantasma del futuro aún no ha llegado a visitar para pasarle la factura por su pecado de avaricia.
(Y por las mentiras, los engaños y la traición, no nos olvidemos de eso)