Dedos torpes y mentes distraídas
Hace no tanto, un niño de cinco años podía atarse los zapatos, recortar figuras sin desmembrarlas y escribir su nombre sin que pareciera un mensaje cifrado de la CIA. Hoy, muchos llegan a los siete ¡e incluso a los nueve!, sin haber logrado ninguna de esas proezas. No porque hayan desarrollado superpoderes que los eximan de tales menesteres, sino porque sus dedos y sus cerebros no están a la altura del desafío.
Pero no pasa nada, dicen algunos. La tecnología es el futuro. La caligrafía es cosa del pasado. “¿Para qué escribir a mano si el teclado predictivo se encarga? ¿Para qué leer si todo está en la nube?”, argumentan, convencidos de que teclear rápido (con dos dedos, porque la mecanografía también es cosa del pasado), es el equivalente moderno a la inteligencia.
Mientras tanto, en los países que nos llevan siglos de ventaja en educación, están empezando a notar que tanta digitalización tiene efectos secundarios no tan bonitos. En Finlandia, Noruega y Suecia, esos lugares que asociamos con premios Nobel, índices de desarrollo altísimos y una capacidad asombrosa para hacer muebles minimalistas, han llegado a una conclusión demoledora: los niños que abandonan la escritura a mano tienen peor memoria, menor capacidad de concentración y un pensamiento más disperso. Y como son nórdicos, cuando ven un problema, actúan. Así que están volviendo al lápiz y al papel.
¿Y aquí? Pues aquí seguimos entusiasmados con la educación digital como si fuera la piedra filosofal del aprendizaje. ¿Que los niños no pueden escribir en cursiva? No importa, total, tampoco ni quieren, ni saben, leer. ¿Que su motricidad fina está al nivel de la de una medusa? Da igual, manda tres emojis y arreando. ¿Que sus dotes para expresarse en la lengua de Cervantes oscilan en una escala entre el cero y el menos tres? ¡Qué chucha, tú dale que para eso existe el autocorrector! Tampoco les importa que el autocorrector no sepa corregir.
Resulta que el cerebro humano no evolucionó durante cientos de miles de años para aprender pulsando botoncitos en una pantalla. Escribir a mano activa la memoria motriz, se afianzan conceptos y se estimula la creatividad. No es lo mismo subrayar un párrafo en una tableta que garabatear anotaciones en un cuaderno hasta que las ideas quedan bien cimentadas. Leer en papel estimula más áreas del cerebro relacionadas con la memoria y el pensamiento crítico. Hay estudios que indican que los niños que leen libros impresos desarrollan mejor vocabulario y habilidades de comprensión lectora y generan una mayor conexión emocional con el texto. La memoria asociativa también juega un papel importante: es más fácil recordar lo leído en un libro físico que en un PDF. En papel, podemos ubicar mejor la información en el espacio (por ejemplo, recordar que un dato estaba en la parte superior derecha de una página). En pantalla este mapa mental se desdibuja. En resumen, cuando se trata de aprender y recordar, nada supera la vieja escuela del papel y la tinta.
Y no es solo un tema de aprendizaje. También estamos criando generaciones con menos destreza manual. Un niño que no ejercita sus manos tendrá más dificultades con tareas que requieren precisión y coordinación, desde tocar un instrumento hasta, no sé, ¿firmar?
Mientras los nórdicos reculan aquí seguimos en modo “avanzar sin preguntar”. No importa que los datos nos griten que no es lo mejor: seguimos hipnotizados por la idea de que más tecnología es sinónimo de más progreso.
Quizá en unos años nos planteemos volver al papel. Mientras tanto, los nórdicos seguirán liderando los rankings educativos y nosotros seguiremos criando generaciones de brutos sin pensamiento crítico que sirven para bastante poco… O para mucho, dependiendo de en qué lugar de la administración nacional se coloquen ustedes para decidirlo.