Ir de sobrao
Ya he aullado varias veces de la soberbia. Es uno de los siete pecados capitales, pero no es solo ‘uno más’ de los siete, es EL pecado. El orgullo es la falta por la que el ángel más bello a la derecha del dios de Israel se fue a la chingada. Y los seres humanos, con nuestro absurdo empeño en olvidar la cosas importantes, nos obcecamos en olvidarnos de ese dato tan importante.
El orgullo, o la soberbia, (que no, por mucho que insistan no tiene por qué ser la antítesis de la humildad), es lo que empuja a los que llegan a un puesto a asumir y convencerse de que ellos lo van a hacer mejor que los que calentaron la silla durante los meses o los años anteriores. Y ojo, que no digo yo que no vaya a ser así o que no sea así, ene fecto, en algunos casos y ocasiones, solo digo que si eres listo (ni siquiera digo inteligente, solo listo, o astuto… y a veces basta con tener dos dedos de frente y un mínimo de sentido común), te das cuenta de que si funciona, no se toca y si no estás muy seguro de algo es mejor llamar a los que saben.
Ayer se celebró, en Las Tablas, el Desfile de las Mil Polleras. Nadie me lo contó, yo estuve ahí: fue un horror. No las delegaciones, claro está, no las tunas, no la gente de Las Tablas que, como siempre son maravillosos, acogedores y amigables, tratando de hacer que todos se sientan bien en su tierra; el horror fue la organización, que brillaba por su ausencia.
Un desfile demorado, delegaciones que esperaron listas a pie de calle hasta ¡siete horas! a salir mientras veían cómo otras se les iban colando, delegaciones que tras una eternidad a pleno sol decidieron salirse y no desfilar, riñas tumultuarias porque el alcohol también hace efecto y te vuelve bruta por muy bonita que sea tu pollera, la policía que a su chif estaba cuidando, los pobres del ‘staff’ de la organización, como gallina sin cabeza y que al final tiraron la toalla y decidieron que qué chucha, que cada perro se lamiera su pico y que todos hicieran lo que les diera la gana. Desmayos, desilusiones y plata perdida. Y organizaciones que mandan comunicados diciendo que se van a pensar muy mucho si vuelven a participar el año que viene.
¿Qué si a pesar de todo muchos se lo gozaron? Claro, porque esto es Panamá, porque los panameños son capaces de olvidarse de casi todo en cuanto suenan una churuca y un tambor y porque las alas de las polleras y el zapateo mejoran casi cualquier cosa, pero no nos engañemos, por muchos comentarios que borren unos y otros de las publicaciones en las redes sociales, por mucho que traten de tapar el sol con la mano (o con la cara, parafraseando a un difunto presidente), la desorganización opacó lo que hubiera debido ser una pasarela en la que mostrar, no solo a los de aquí, sino al mundo, lo mucho que Panamá tiene que ofrecer. Y lo único que se vio fue un despelote mayúsculo.
Lo peor del asunto es que ya se ha hecho y se ha hecho bien. También estuve el año pasado y puedo afirmarlo sabiendo de lo que hablo, el año pasado hubo puntualidad, eficacia y orden. No es física cuántica, es dejar el orgullo a un lado y aprender de los que saben, es pensar que el desfile no es solo para que las delegaciones de los que van con chofer y viáticos puedan pasar un rato divertido, es pensar en las empolleradas con tembleques colocados desde las cuatro de la madrugada porque supuestamente su turno era a las diez de la mañana y que a las tres de la tarde llevaban muchas horas a pleno sol y aún no habían desfilado.
Dirigir un desfile de estas características requiere ser mucho más listo de lo que han sido los organizadores, y sí, quizás también requiere no ser tan soberbio y pedir ayuda a los que saben.
Sea como fuere… Las Tablas, ¡nos vemos el año que viene!