La hembra del diablo negro
Ah, los humanos. La especie que se cree el centro del universo, la cúspide de la evolución, la joya de la corona de la naturaleza… hasta que ve un pez abisal y se les fríe la última neurona funcional.
Hace unas semanas, un diablo negro, (no, no es una metáfora de ningún político aunque bien podría serlo), apareció cerca de la costa de Tenerife. Para los que no pasaron Biología de secundaria, es un pez de las profundidades, un bicho diseñado por la evolución para habitar en la más absoluta oscuridad, devorar cualquier cosa que se acerque a su apéndice luminoso y por ende a sus fauces dentadas y reproducirse de la forma más deprimente imaginable: los machos se adhieren a las hembras como parásitos hasta fusionarse con ellas derritiéndose en esperma procreador.
El pez no tenía ni cinco minutos de haber flotado, agonizante, cerca de la cámara presta de un par de buzos, cuando hordas de jipiprogres con complejo de poeta empezaron a desvariar en redes. Que si el pez era un guerrero que desafió a la luz. Que si su cadáver es un mensaje del océano sobre el cambio climático. Que si no es feo, sino una criatura incomprendida que nos enseña sobre la resiliencia. No faltó el que comparó al bicho con su abuela muerta para ilustrar lo hermosa que es la fragilidad de la vida.
Vamos a ver. Es un pez. Fue arrastrado por las corrientes, comió algo que le sentó mal, estaba en las últimas, como fuere, subió demasiado y murió porque su organismo está diseñado para resistir una presión que haría explotar un submarino no para desplazarse por las agüitas tibias de las Canarias. No es un mártir, ni un profeta, ni un coach motivacional. Es un cadáver chiquito y con dientes.
Y hablando de implosiones y presiones inhumanas, ¿se armaría en la comunidad de ‘Bloptter’ abisal un debate entre los que veían la tragedia como una consecuencia natural de la arrogancia humana y los que solo querían ver si quedaban sobras aprovechables? Cuando los excéntricos, —recuerden que si eres millonario no te pueden llamar imbécil por meterte en una lata de refresco para bajar a ver el Titanic—, estallaron en el fondo del océano, ¿acaso un pez diablo mandó un shitpost a otro sobre lo mal que se veían los cadáveres aplanados como papel de arroz? ¿Debatirían acerca de la prepotencia de pensar que el fondo del mar es el Disneylandia para millonarios con déficit de atención o creerían que es inspirador que varias personas murieran tratando de encontrar los límites de la torpeza humana?
La manía de nuestra especie por romantizar la naturaleza no se queda en los peces. Seguimos empeñados en creer que los animales son personajes de Disney. Que el lobo quiere hacer amigos, que el toro bravo solo necesita un abrazo. Por mucho que usted adore a su compañero no humano, por mucho que yo crea que en la mayor parte de los casos cualquier vida animal vale más que la de muchos Homo sapiens, los animales no son humanos. Los humanos somos animales, eso sí, subdesarrollados en nuestros instintos y medio pendejos, pero animales.
Los Simpson lo comprendieron antes que nosotros. ¿Recuerdan aquel episodio en el que Lisa libera a un delfín y termina desatando un levantamiento marino en el que los delfines expulsan a los humanos de la Tierra? Los animales no son sabios, ni buenos, ni nuestros amigos, son animales. Y la naturaleza no está aquí para darnos lecciones de moral ni para amarnos, aunque nosotros nos empeñemos en encontrar mensajes y lecciones siempre y en todo lugar. A la Naturaleza la moral se la refanfinfla.
Así que la próxima vez que vean un pez raro, un lobo en un documental o un tiburón nadando cerca de un surfista, no suelten un monólogo sobre la hermandad entre especies. Recuerden que si el pez tuviera el tamaño suficiente los devoraría sin dudarlo. Que el lobo no es su alma gemela, es un cazador. Los tiburones no están para susurrarle nada a nadie, sino para preguntarse si algo que chapotea en el agua es comida o no. Y los delfines…, ah, los delfines, su sonrisa no es de bondad, sino de malicia, son los matones del mar, sádicos, drogatas y violadores en potencia. La naturaleza no nos odia, pero tampoco nos quiere. Aceptarlo no solo es más sensato, es más seguro.
Aunque tal vez, y solo tal vez, ese pez abisal no emergió por accidente. No fue un mensaje ecológico, ni una metáfora de la resistencia, ni un reflejo de la fragilidad de la vida. Al fin y al cabo, nadie regresa solo desde la oscuridad. Quizás fue enviado por algo más antiguo, algo que duerme en las profundidades y que, por razones que jamás entenderemos, lo obligó a subir a la superficie para entregarnos un mensaje antes de morir:
Iä! Iä! Cthulhu fhtagn! Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn…