Hay muchas frases hablando de la importancia de pelear por tus ideales, de salir y plantar cara, de bla, bla, bla. Incluso la Biblia dice aquello de “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” en Apocalipsis 3:16. Ahora bien, mis estimados radicales enloquecidos, si se dan ustedes cuenta, lo que le molesta al dios de Israel es la tibieza. Ustedes quieren que yo sea caliente, pues se joden porque yo, siguiendo el consejo divino, he decidido, en este caso, ser fría.
¿Que desean ustedes rasgarse las vestiduras y arañarse los pechos para mostrar cuánto sienten la lucha? Bien me parece y no me escandalizo por sus tetas ni por sus alaridos de reto. A mí no me corresponde responder a sus golpes de pecho y sus desencajadas caras de Durga. Por mí como si se les salen las tripas por la boca de la rabia y la bilis contenida.
Cada uno elige, en este campo de batalla que es el aquí y el ahora, su trinchera y sus armas. Algunos deciden pelear a pecho descubierto, en el medio de la calle, retando a gritos a los que consideran sus enemigos, mostrando plumajes, enseñas, pendones y galas. Yo he decidido ser zapadora silenciosa, y como Lyudmila Pavlichenko, no tengo necesidad de que me vean bailar sobre una mesa para que reciban mi balazo en la frente y, al igual que el ángel rubio de la muerte, Roza Shánina, cubro a los que están en vanguardia.
Si yo batallo por la libertad, como ya lo he dicho en varias ocasiones, es por la libertad de todos. De todas. De aquel, de este y de aquella. De los de arriba y de los de abajo. No solo por la libertad de aquellos de los míos que piensan y sienten como yo. Porque si un soldado en batalla solo se bate por los de su mismo regimiento más que soldado es un mercenario, un pinche bagauda que pelea por el placer de la pelea, sin honor ni conciencia. Si no entran en batalla pensando en que su sacrificio es por aquellos que no pueden o no quieren pelear, no es sacrificio, es deseo de figurar, simple payasada de lentejuelas y brilli. Solo es un intento vacuo de ver y que lo vean.
Por eso no voy al desfile del orgullo de las muchas siglas, porque mi pelea es silenciosa, cotidiana, no se resume en un día, en un par de horas bailando en la calle, porque no podemos pasarnos la vida bailando y yo peleo porque todos y cada uno de los míos sean libres todos y cada uno de los minutos de sus vidas. Por eso yo lucho en otras trincheras, de otros modos. Y lucho también para que aquellos que tampoco quieran alardear, sino vivir su vida en silencio, creando su felicidad en calma, no tengan tampoco por qué gritar a los cuatro vientos con quién o con quién no cogen o dejan de coger.
En este país vivimos de apariencias, de gestos grandilocuentes, pero nos hemos olvidado del significado de la palabra libertad. Y ser libre también es decidir no pelear. O pelear en la retaguardia. Y no, nadie te ha nombrado a ti, bonita, o a ti, listo, como comandante general en esta guerra para que decidas quienes deben ir al frente o no. Así que cállate un poco, redirige tus esfuerzos al objetivo correcto y deja vivir a los demás como quieran hacerlo. Porque, parafraseando a Pavlichenko, podría decir como último comentario a las recriminaciones de tibieza en la lucha reivindicativa gay, que parece que para los y las activistas arcoirisados lo importante es si los demás nos vestimos o no con la bandera de colorines, pero qué es lo que la bandera representa, eso aún lo tienen que aprender.