Las luces se van apagando al crecer la distancia. Los kilómetros se acumulan detrás y yo, con la vista fijada al frente, descubro con tristeza la realidad de salir de su amarillo manto. De no volver a tropezarme en cada rincón con el marco atemporal de algún erudito que disfrutó de sus calles.
Descubro que ya no amaneceré con su furiosa brisa invernal o con el agobiante abrigo del calor estival.
En la oscuridad de la noche me despido de Salamanca, me despido de un nido a las orillas del Tormes, le digo adiós al Lazarillo, a las palabras de Cervantes y a la vida a dos bandos. Salamanca queda atrás, Salamanca se aleja de mí, pero su huella, amarilla como su arquitectura, se imprime en mí. Detrás también dejo parte de mi alma, le dejo como regalo el recuerdo de lo que fui antes de conocerla y el sueño de lo que seré después de dejarla.
Porque Salamanca, como una maestra, te enseña pequeños secretos escondidos en tu alma. Te demuestra que las rencillas se disuelven en los litros del Paniagua, te revela que la filosofía está escondida en las terrazas del Moderno, te exhibe, como una pintura, obras abstractas en las esquinas de la plaza, te explica que el idioma no existe, que solo hace falta un poco de imaginación para hacerte entender, te educa en costumbres tan únicas como ella misma. Porque la ciudad vaporiza miedos y regurgita historia. Porque entre sus callejuelas y rincones es donde se entierra la verdad de una ciudad milenaria, el porqué de tan recordada reputación.
Salamanca es, para los que han caído en su hechizo, el sitio que te llora para que regreses con las campanadas de la catedral; para los que acaban de adentrarse en la cueva de sus rutinas, un sueño todavía no vivido y para los que no la conocen, un libro todavía por leer. Salamanca, polifacética, es un oxímoron, un problema lógico, es frío y calor en un solo trago, es un diablo negro, es el vaho mezclado con el humo, es la fiesta laboral, es la amistad de dos enemigos. Porque esta ciudad, desconocida en su propio conocimiento, altera el resultado sin cambiar las variantes, porque aunque los días, azules y blancos, siguen siendo días y las noches, oscuras y anaranjadas, siguen siendo noches, esta reducida pieza urbanística, este punto en el mapa, esta ciudad imperdible, tiene algún embrujo para descubrir las necesidades más recónditas de tus entrañas.
Porque para los que solo han besado los fríos labios de una ciudad profunda, Salamanca solo representa ruido y desfase, vicio y ambición. Pero sus días esconden más que eso, lejos de la intoxicada noche se encuentran los libros leídos bajo el hipnótico baile de las sirenas del Tormes, las letras perdidas bajo el sol, las tardes descansando en el lecho de un río permanente, las caminatas bajo la sombra de sus gorriones o las risas olvidadas en las aceras de Gran Vía. Salamanca son mil vidas vividas a la vez, son millones de eventos sucediendo al unísono, es un trío en una noche estrellada, es la depresión marcada en el cuerpo, es una traición silenciada. Salamanca es una prisión en libertad, es un tatuaje invisible.
Pero todo acaba, todo se termina, siempre amanece, al final, el atardecer no tarda en llegar y solo quedan los segundos vividos, las miradas clavadas y los besos regalados. Salamanca la profesora, Salamanca la inquieta, Salamanca la taciturna, las luces de los reflejos se irán apagando, pero el eco de los recuerdos se amplifica en mi cabeza.
Por: Alonso Correa.