Hemos tenido, en los últimos años, un país convulsionado por diversos factores.
La pandemia, que azotó, nos obligó a reestructurar nuestro sistema de vida y, para algunos, la situación fue tan desastrosa que tuvieron que reiniciar un proceso tanto laboral como familiar.
Panamá, como nación clave para el comercio mundial, no resiste más problemas. Urge eliminar los existentes. Por lo tanto, cada movimiento personal o gubernamental puede incidir en nuestro desarrollo.
Nos encontramos iniciando un proceso electoral que empieza a caracterizarse por un inusual fogaje político que emana de las aspiraciones presidenciales de, por lo menos, seis ciudadanos que creen tener la capacidad para administrar este país.
Además la batalla electoral también salpica a los que desean ser diputados o pretenda reelegirse.
Por otra parte, para representantes de corregimientos hay un ejército de ciudadanos e igual sucede con las codiciadas alcaldías.
Estamos en democracia y esperamos que esta virtud no se empañe con hechos que malogren la paz social. Todo dependerá del comportamiento ciudadano y, especialmente, del Tribunal Electoral entidad rectora del proceso de votación.
Panamá debe fortalecerse como país. No podemos retroceder instigados por propósitos mezquinos ni con triquiñuelas jurídicas.
El Tribunal Electoral debe ser garante de un proceso justo, honesto, sin trampas, sin jugarretas políticas.
Será el pueblo el factor determinante que escogerá a quienes consideren más aptos para gobernar este país que, oscuros intereses, intentan desacreditar.