China ha girado en dos décadas 240.000 millones de dólares en préstamos a 22 países en desarrollo con riesgo de suspensión de pagos, una cifra en alza estos últimos años, según un informe publicado el martes. Una estrategia que busca estimular la actividad económica pero que ha puesto a algunos países en situación de dependencia financiera.
China aún no se ha substituido al Fondo Monetario Internacional, pero su peso en la gestión de la deuda es ahora considerable. Se ha convertido en el segundo prestamista de última instancia después del FMI. Se trata de un aumento de poder muy reciente y extremadamente discreto. Esto indica un estudio publicado el martes 28 de marzo por AidData y elaborado por un consorcio de investigadores occidentales de la Universidad de Harvard, el Banco Mundial y el Instituto de Economía Mundial de Kiel.
Dado que Pekín no publica ningún dato sobre sus préstamos internacionales, es necesario buscar en las cuentas públicas de los países afectados para darse cuenta del fenómeno. Los investigadores estiman que Pekín prestó 104.000 millones de dólares a Estados con dificultades financieras entre 2019 y 2021 lo que equivale al 40% de las cantidades prestadas por el Fondo durante el mismo periodo. Estos tres años fueron determinantes para que China se convirtiera en un actor clave en las crisis de deuda. Los préstamos concedidos durante este periodo representan casi la mitad de sus compromisos desde el año 2000.
¿Los socios de la Ruta de la Seda privilegiados?
Pekín empezó contribuyendo al endeudamiento de los países en desarrollo prestándoles dinero para construir puentes, carreteras, ferrocarriles, puertos, es decir todas las infraestructuras de las que carecían. Estos préstamos se concedieron muy rápidamente, en cantidades impresionantes.
Pero en diez años, la naturaleza de estos préstamos internacionales ha cambiado por completo. El 60% de los préstamos chinos se utilizan ahora para rescatar a Estados en apuros financieros; hace doce años, esto sólo suponía el 5% de los préstamos totales. China ha cambiado su papel de constructor y principal acreedor por el de bombero financiero. Un bombero en parte pirómano ya que estos proyectos de la Ruta de la Seda son a menudo faraónicos y están mal calibrados desde el punto de vista técnico y económico. Como consecuencia, muchos países atraídos por esta inesperada ganancia se han visto sin posibilidad de reembolsar los préstamos vinculados a estos proyectos costosos que a veces fracasan. Fue el caso por ejemplo de Sri Lanka y Pakistán, que terminaron altamente endeudados.
Por tanto, es en parte para reparar estos errores por lo que Pekín interviene cada vez más.
China quiere ayudar a los países que se han convertido en sus aliados, y sobre todo apoyar a sus propios bancos que están muy expuestos en estos países. Se trata, pues, de una ayuda muy interesada y muy dirigida. China prefiere ayudar a los países de renta media, que conservarán la capacidad de reembolso. Y, por último, se trata de una ayuda rentable: el FMI concede préstamos al 2% mientras que los préstamos chinos son más bien al 5%, con cláusulas comerciales y políticas que permanecen secretas, por supuesto. Sin embargo, la actitud china no es muy original: Estados Unidos aplicó tasas igualmente elevadas cuando rescató a los Estados latinoamericanos en los años ochenta. Un papel que la primera potencia mundial prácticamente ha dejado de desempeñar.
Mala articulación con la ayuda financiera del FMI
Según el estudio de AidData, 22 países reciben a la vez préstamos chinos y del FMI. Desde Egipto hasta Argentina, pasando por Surinam, Bielorrusia, Venezuela y Ucrania. Esto no significa, sin embargo, que haya consultas entre las instituciones de Washington y China. Pekín favorece las negociaciones bilaterales, lejos de los observadores externos. Esta opacidad explica en parte la lentitud y complejidad de las recientes operaciones de rescate financiero.
Fuente: Radio Francia Internacional.