Machete en mano, recriminaba a gritos, “¡Tu fe no es la verdadera!”. Sonreía beatífico, mientras la policía lo detenía después de haber matado a un hombre.
“Timeo hominem unius libri”, es frase que se atribuye a santo Tomás de Aquino y que describe a la perfección lo triste de nuestros tiempos. “Temed al hombre de un solo libro”, eso significa el latinajo y eso dicen que dijo el sabio; hoy en día no puede tener más actualidad esta admonición.
La civilización es conocimiento interdisciplinario y acumulativo, la parcialidad es ignorancia y barbarie y negarse a conocer al otro, pobre ceguera de ignaros. En la actualidad, a pesar del acceso irrestricto a los libros, nos negamos a ellos en una ablepsia peor que la física, mientras que un grupo de histéricos, insuflados de absurda confianza en las letras plasmadas en un solo libro, se lo aprenden de memoria convencidos, los muy crédulos, de que las letras son unívocas y solo significan aquello que a ellos los reconforta.
Mientras tanto, otros miles apoyan la cabeza en la almohada creyendo a pies juntillas el topicazo que reza “La pluma es más fuerte que la espada” que soltó hace un par de siglos Edward Bulwer-Lytton, quedándose tan pancho, el tipo, y cagándose en la vida de todos los que tras él llegamos.
Porque mientras la primera frase es cierta como cierto es que el sol sale por el este, la segunda es una boutade monumental. No, señores, no insistan, la pluma nunca jamás va a ser más fuerte que una espada, o que un machete empuñado por un alienado por las palabras de un solo libro.
No, no se combate la locura con el razonamiento, como tampoco se pelea con un cerdo en un lodazal, porque tú te cansas y él disfruta.
Hasta que no entendamos que la razón no sirve con aquellos que la desprecian no nos daremos cuenta de que la compasión entregada a quien no la merece es un desperdicio. El fuego se combate con el fuego, el plomo con el plomo, la invasión con tanques y a los fanáticos violentos hay que exterminarlos, sea cual sea su ralea y su jaez; tras juicio y condena, desde luego, pero tras ellos, expurgo.
Si no sabes convivir con la pluralidad debes quedarte allí donde lo unívoco se impone, no puedes lanzarte a degollar al grito de tu único dios por tus cojones morenos y por tu único libro.
Uno de los libros dice que debemos perdonar setenta veces siete, eso da un total de cuatrocientas noventa veces, cifra que hemos superado con creces desde hace unas décadas, ¿hasta cuándo vamos a seguir poniendo la otra mejilla? ¡Pobres de los que crían hijos adocenados y débiles, acostumbrados a que se cumplan sus sueños de unicornios rosas y animalitos salvajes que hacen la colada!, porque el caballo rojo cuyo jinete porta la espada y quita la paz de la Tierra no atiende razones que no vengan aliñadas con plomo y pólvora. Los hijos de la generación de cristal morirán a puñados cuando los bárbaros derriben las fronteras.
Dejen de soñar con pajaritos preñados y alucinaciones de opio, que ya hace dos mil años el mismo profeta mesiánico fue quien nos dio la recomendación de vender la capa para comprar una espada. Y así, diestros con la toledana y con las letras, debemos enfrentarnos a los bárbaros. Ejemplos tenemos muchos, desde Garcilaso de la Vega a Joyce Kilmer. Desde Cervantes hasta Manrique, desde Quevedo hasta Robert Graves y Tolkien.
He de confesarles que esta columna ha estado reposando varios días, no quería mandarla en caliente. Así que permití que mi rabia se templara y la revisé. Y oigan, miren, no he quitado ni he puesto una sola coma. Así que, ahí está, dedicada a los fanáticos, las fanáticas y les fanátiques de cualquier libro y de cualesquiera pelajes.
Los monstruos están en la puerta, golpeando en ella, toc toc. ¿Y sabéis lo que dice su libro que deben hacer con los que no aceptan su palabra?