Hay una teoría que utiliza la forma en la que los usuarios se comportan después de terminar de usar los carritos en los supermercados para explicar por qué el concepto políticofilosófico de la anarquía es inviable.
Expliquémoslo, usted, lector, ¿qué hace con el carrito del súper una vez que termina de usarlo? ¿Lo lleva usted de vuelta al lugar en donde lo recogió? ¿Lo deja al pie de la caja esperando que el que venga después de usted lo mueva? ¿Lo deja abandonado en el estacionamiento en aquellos lugares en donde puede ir con él hasta su carro?
Todos sabemos la respuesta, y muchos buscarán excusas para su dejadez y su falta de ética. No voy a ponerme a explicar aquí a Kant y su imperativo categórico, Immanuel era un poco plasta y no es el momento para darles a ustedes la brasa con el de Königsberg, pero la filosofía hace hoy más falta que nunca, aunque muchos zopencos crean que no.
Volvamos al carrito de supermercado, todos sabemos que el devolverlos a su lugar es lo que deberíamos hacer, ayuda a los demás y facilita la vida de todos, evita accidentes y mejora la experiencia de compra. Es un esfuerzo muy pequeño; por otro lado, nadie va a multarle por dejarlo tirado delante de la caja o detrás del automóvil que tuvo la desdicha de estacionarse al lado suyo. No es un delito dejar tirado en cualquier sitio un carrito de supermercado, si usted lo coloca de vuelta en su lugar es solo porque usted entiende lo que significa vivir en sociedad.
Y no. En Panamá no se entiende el concepto de vivir en sociedad. Panamá no es un país, es una guardería, los panameños, aunque lloren y pataleen cuando los tratan como infantes y viene el tío del norte a poner orden en el patio de recreo, siguen siendo párvulos que requieren las instrucciones en la pizarra, a la maestra vigilando los pasillos y la amenaza de llamar a los papás colgando sobre sus cabezas como una espada de Damocles para conseguir que hagan lo que es su deber hacer.
Las playas en Panamá son lugares públicos, eso dice la constitución. Eso significa que cualquier ciudadano es libre de ir y venir por ellas a su gusto, a la hora y el día que desee. Hace unas semanas estalló el disgusto porque se trató de prohibir el acceso a algunas de ellas a partir de determinada hora con explicaciones bastante ridículas. Sí, ridículas y estúpidas, porque tan infantil es alegar que los tongos están cuidando de nuestra vida, (señores, somos adultos, si nos ponemos en riesgo la culpa es nuestra, y la responsabilidad de enterrarnos será de nuestros deudos, si los tenemos), como enarbolar el derecho de los vecinos a la paz, (hay leyes contra el ruido, lo que deberían de estar cuidando los policías es que nadie ponga música a un volumen tal que lo escuche el vecino, eso sí es cuidar la libertad de todos, porque tu libertad de escuchar música termina justo donde comienza mi libertad de disfrutar del silencio). No somos nenes de teta, somos ciudadanos, adultos y se supone que responsables. No necesitamos niñeras.
Pero en realidad sí que las necesitamos y los políticos, que nos tienen bien calados, lo saben. Ellos saben que siempre van a encontrar a un grupo de gaznápiros que aplaudan cualquier hecha dizque para ‘protegerlos’, ya involucre esto tenernos encarcelados dos años, cerrar las playas antes del atardecer o evitar que ningún otro niño llegue de afuera al parque a jugar con nuestro balón y así los niños de las profesiones ‘exclusivas para panameños’, ya sean politólogos, ingenieros o artistas, o cualquiera de las otras decenas de ellas, pueden corrinchar a gusto mientras comen barro en su parque exclusivo. Gritándoles a los otros “¡Chusma, chusma, prffffffff!”.