Hoy los hijos presumen de lo mucho que las quieren y ellas presumen de lo mucho que las quieren y lo bien regaladas y floreadas que están. Porque todo el mundo sabe que no eres un buen hijo si no le llevas serenata, la llevas a comer afuera y le regalas algo envuelto en un papel con un lazo enorme acompañado con un arreglo floral en el que un montón de rosas chuchurrías agonizan.
Hoy es el día en el que los y las cenaoscuras dejan su pichicumería y se rascan el bolsillo regalándole a su progenitora un camisón. Otro más. O una licuadora.
Este es el día en el que en las redes sociales todas las madrecitas son buenas y santas. Y luchonas. Ya siento ser yo la que venga a romperles este sueño de opio de la maternidad entregada y amante. Ya siento ser yo la que les venga a decir que no. Que no todas las madres son buenas y que muchas, pero muchas muchas, muchas más de las que creemos o quisiéramos creer, son unas perfectas hijas de puta.
No por parir eres buena. Hay hembras de la especie humana que expulsan a sus crías del vientre porque no les queda más remedio, porque ni para gastar dinero en un aborto.
Hay muchísimas mujeres que han tenido hijos porque no han tenido más remedio, porque era lo que se esperaba de ellas, no por elección o deseo, sino porque era un requisito esencial para ser consideradas mujeres, para ser aceptadas en su grupo social o para poder marcar la casilla de un deber cumplido.
Hay muchas mujeres que han parido para asegurarse la manutención del macho, no porque desearan ser madres sino porque lo único que quisieron era ser mantenidas.
Hay muchas madres que lo son porque tener hijos es una buena forma de tener un seguro de enfermedad y vejez; los hijos son su mejor inversión, como rezaba una publicidad que hasta hace poco circulaba en los mupis de la ciudad.
Hay madres que suplen con los hijos sus carencias afectivas, que vuelcan en sus retoños todo lo que les falta, ya sea amor, respeto por sí mismas, o dependencia. Hay madres que son capaces de secuestrar a sus hijos para no sentirse solas, asfixiándolos con un falso amor y destruyéndolos con los remordimientos y el síndrome de Estocolmo. Hay madres que son capaces de enfermar a propósito a sus hijos con tal de quedar ellas como las abnegadas, ejemplo de entrega y sacrificio.
Hay madres que siempre se pondrán de parte del macho y justificarán las aberraciones, “Cógete a nuestra progenie, pero no me dejes”. Hay madres que usan a los hijos como escudo frente a los abusos de su pareja.
Y hay madres, muchas, que usan a los hijos como arma arrojadiza contra el hombre que las ofendió, destruyendo el vínculo entre padres e hijos en una venganza pírrica.
Finalmente hay madres que son expertas en la violencia vicaria y que llegan a matar a sus hijos con tal de dañar al padre, Medea es un fantasma que sobrevuela la maternidad, no por nada la obra de Eurípides nunca ha perdido vigencia desde que se estrenó en el primer año de la Olimpiada 87ª.
No, no por ser madre se es una buena madre y el haber abierto las piernas para dejar que te preñen, pujar y traer al mundo a un nuevo ser no conlleva, en absoluto, el tener el amor, el discernimiento y la paciencia necesaria para poder criarlo como se debe.
Ser madre no implica ser una buena madre… y los hijos que han sufrido a una de esas malas madres lo saben.