La Shoah fue un horroroso acontecimiento. Un espanto que reafirma mi creencia en la maldad del ser humano. Estamos, todos nosotros y siempre, apenas a un pequeño paso de volar al abismo de la inhumanidad, directo y sin escalas.
La moral, la ética, las leyes, son apenas paliativos que evitan, y eso ni siempre ni en todos, que esto termine antes de tiempo como terminará terminando una vez más: en un baño de sangre de todos contra todos.
Un vez dicho esto, (por si acaso alguien viniera a acusarme de negar lo innegable), me parece pertinente escribir hoy acerca del último dime que te diré en el que se han enzarzado algunos y algunas.
Tras la Feria del Libro que se celebró hace una semana, se encendió el debate: en uno de los puestos, el de una librería de la localidad, estaba expuesto para la venta el libro ‘Mi lucha’, (Mein Kampf, por su título en alemán), libro que escribió Adolf Hitler. Publicado originalmente en dos tomos, el primero, «Retrospección», apareció el 18 de julio de 1925; el segundo, «El movimiento nacionalsocialista», se publicó en 1926. En esta autobiografía en forma de ensayo, o en este ensayo autobiográfico, Adolfito nos explica sus teorías conspiranoicas y sus delirios de grandeza alemana, además de explicar cómo llega a formarse en su cerebro de ario (pfffff…) la idea del nacionalsocialismo.
Bien, vamos a lo que vamos, al debate, el debate viene porque ‘el libro estaba expuesto’, ¡oh, vaya!, al lado de otros. Porque se veía. Los que protestan lo hacen, dicen, no porque exijan censura, sino porque hay cosas que no deben estar a simple vista. Porque la influencia de la contemplación de la portada de un libro puede ser perniciosa per se, y sugestionar, digo yo, a todos aquellos que lo contemplen, a leerlo con fruición, y no solo eso, sino que incluso y a lo peor, dejarse convencer.
A ver, no voy a decírselo yo, voy a dejar que el psicólogo Jonathan Haidt, judío para más señas, se lo diga: «Soy judío y quiero que mis hijos lean ‘Mein Kampf’»
Pueden ustedes ponerse como deseen, pueden hacerse bolita y esconderse debajo de la cama, pueden llorar desconsoladamente en un rincón, pero no, ocultar, cancelar o prohibir las cosas no consigue que las cosas desaparezcan. Las quemas de libros no consiguieron que desaparecieran las ideas herejes que los inspiraron, el Índice de libros prohibidos no consiguió erradicar los libros que en él se listaban, ni disuadió a los futuros escritores y lectores de continuar leyendo y escribiendo, si acaso aguzó el ingenio y espabiló el juegavivo de los que convirtieron la prohibición en una oportunidad para hacer negocios bajo cuerda.
Lo libros no son más, ni menos, que libros. Y las ideas que los alientan no solo residen en el papel y la tinta, ¡ah, si fuera tan fácil acabar con los malos escritores!, la ideas, la mayor parte de ellas, se nutren de la repetición ciega, de la falta de diálogo, del nulo debate, y sobre todo, al igual que pasó con el alcohol durante la Ley Seca, o con las revistas semipornográficas o pornográficas enteras que los jovenzuelos se intercambiaban a escondidas, para a escondidas tratar de despegar sus páginas unidas con fluidos resecos, la obscuridad, el misterio y lo prohibido son los mayores impulsores del deseo. Prohibid para esparcir, censurad para despertar el ansia viva de unirse a aquellos que forman el grupo que conoce la ‘verdad’.
Yo, como Haidt, hice que mis hijos leyeran el panfleto nacionalsocialista, y lo discutí con ellos. Yo, como Haidt, creo que la mejor forma de secar el pus es exponiendo la herida y hurgando en ella para encontrar en sus profundidades la metralla incrustada. No, no hay que ‘esconder’ un libro, en realidad ‘Mi lucha’ debería ser lectura obligada en Historia. Y en Ciencias sociales. Y en Filosofía…
…¡Ah!, esperen… ¿todavía se estudia filosofía?