Que la verdad es una sola ya lo sabía Antonio Machado, cuando escribió en su ‘Campos de Castilla’ los ‘Proverbios y cantares’, con el número LXXXV que dice: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.
Cierto es de toda certeza que la historia solo ha sido una, que los hechos pasaron de cierto modo, que las cosas que ocurren, ocurren de una manera y no de otra, ahora bien, otros doscientos pesos es cómo contamos esos hechos, esas cosas, esa historia. Cómo se ve lo que pasa desde uno u otro lado del mismo hecho.
Hace unos días se levantó un polvorín en una red social porque unos cuantos autodenominados ‘socialistas’ acusaron a los de ‘derechas’ de ser los causantes de todos los males que en el mundo han sido.
Y vuelvo a pensar en Machado y en su poema XVII: “El hombre sólo es rico en hipocresía. / En sus diez mil disfraces para engañar confía; / y con la doble llave que guarda su mansión / para la ajena hace ganzúa de ladrón”.
Me río yo cuando leo que alguien afirma que Iosif Stalin, uno de los más grandes genocidas que ha habido en el mundo, ‘era de derechas’; no os dejéis engañar por el nombre oficial de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el padrecito Iosif era de derechas.
Que Saloth Sar, quién, como líder de los Jémeres Rojos, quiso imponer un régimen comunista agrario en Camboya, era de extrema derecha, que no os despiste el epíteto ‘rojo’; Pol Pot odiaba tanto a los maestros, a los filósofos y a los intelectuales que asesinó sin asco a todos aquellos que llevasen gafas. Pero que no os engañe el nombre de ‘régimen comunista’, este genocida era de derechas.
Los que ven la historia de este modo llevan en las marchas del orgullo gay la imagen tomada por Korda del genocida Ernesto Guevara rodeada de arcoíris; el Che ordenó ejecutar sin pruebas y sin juicio a todos los disidentes políticos, “Para enviar hombres al pelotón de fusilamiento no es necesaria la prueba judicial. Ese procedimiento es un detalle burgués arcaico. ¡Esta es una revolución! Y un revolucionario debe ser una fría máquina de matar motivado por odio puro”. Incluso a muchos los ultimó por su propia mano, “Tengo que confesarte, papá, que realmente me gusta matar”; acabó con la libertad de expresión en Cuba, “Hay que acabar con todos los periódicos. Una revolución no puede lograrse con libertad de prensa”. Ni siquiera permitía el pensamiento crítico individual: “Los jóvenes deben aprender a pensar y actuar como masa. Pensar como individuos es criminal”; y en su hoja de ruta los homosexuales debían ser internados en campos de concentración para que los trabajos forzados los hicieran hombrecitos. Los que portan con orgullo gay su imagen, que suelen ser los mismos a los que no se les cae el nombre de José Martí de la boca, prefieren ver solo su verdad sesgada, olvidando, desde su miope perspectiva histórica, que Martí dijo en su Nuestra América: “El homosexual es un ser afeminado incapaz de construir una nación. Es un inservible detritus del materialismo moderno”.
Pero todas estas pruebas no importan, tal y como escribí hace unos días, la prueba de que los comunistas ganaron la batalla de los símbolos es que la gente cree que alguien debería ofenderse cuando lo llaman facha y nadie se ofende si lo llaman gauchista. Y así estamos, con los muertos del Holodomor, entre millones de otros, retorciéndose a tirones entre unos y otros.
Porque los tardos que hoy enfrentan el anarquismo con la extrema derecha, creyendo que el anarquismo es bueno y la extrema derecha mortífera, olvidan, por poner solo un ejemplo, los miles de muertos durante el otoño e invierno de 1936 a 1937, cuando los rojos españoles, dirigidos entre otros por el anarquista Amor Nuño, (ironías de la vida, señores, créanme, así se llamaba), procedieron a la caza de miles de madrileños. Detenidos ilegalmente, torturados y ejecutados en lugares como Paracuellos del Jarama, (donde murió el gran dramaturgo Pedro Muñoz Seca), en las tapias de la casa de Campo o en el cementerio de Aravaca. Pero no se confundan, no señores, todos ellos eran de derechas, porque los que no quieren ver solo ven lo que quieren.
Por eso yo sigo leyendo a Machado y repito como un mantra la coplilla XXIV: “De diez cabezas, nueve / embisten y una piensa. / Nunca extrañéis que un bruto / se descuerne luchando por la idea”.