Vengo de una raza orgullosa. Vengo de un pueblo que cría soldados y poetas, de un pueblo que encarceló, por meterse con un poderoso, a Quevedo, quien, orgulloso sobrellevó la prisión avisando: “No he de callar por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo. (…) Hoy, sin miedo que, libre, escandalice, / puede hablar el ingenio, asegurado / de que mayor poder le atemorice”.
Vengo de una tierra que levantó a Miguel Hernández, “No soy de un pueblo de bueyes, / que soy de un pueblo que embargan / yacimientos de leones, / desfiladeros de águilas / y cordilleras de toros / con el orgullo en el asta. / Nunca medraron los bueyes / en los páramos de España. (…) / Si me muero, que me muera / Con la cabeza muy alta”.
Una raza brava que no da ovejas de cabeza gacha y barriga llena, sino una tierra de lobos, flacos y orgullosos, aullando y matando mientras mueren.
Libre soy y orgullosa, sí, porque como Machado: “Y al cabo, nada os debo;/ debéisme cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.
Orgullosa soy, y libre, y no acepto a mis canas cadenas, a mi voz correas ni grilletes en mis dedos. Porque antes de que el cepo de la censura apriete, con mis dientes me arranco el miembro y lo escupo, sangre y hueso, sobre el que piense ponerme trampa.
Dicen, los que la temen, que la libertad asusta, asusta el monte obscuro sin barda ni perro con carlanca, asusta verte solo frente al mundo, asusta mantenella y no enmendalla. Dicen que asusta la libertad y sus consecuencias. Y yo aúllo que más asusta perder quién eres, tu voz y tus principios, perder lo que sabes correcto, perderlo por miedo al maullido quejoso de los perros falderos.
La libertad no se arredra por los gañidos lastimeros de los perros inútiles, gordos y mantenidos, perras de peluquería y manicura que no saben trabajar sino con la lengua, canes consentidos por los dueños de la hacienda, hartos de sobras, tusos amaestrados que chillan ante el paso orgulloso del libre.
¡Que ladren los gozques encadenados!, ¡que ladren al tirón de la cadena de los amos! Que se desgañiten ladrando, que quien es libre disfruta su hambre y su sueño, porque la conciencia limpia acalla los zarpazos del estómago vacío.
Orgullosa, sí, hija de una raza que prefiere la honra al dinero y el honor al halago. Orgullosa. Sí, porque sé bien quién es la hija de mis padres. Porque sé cómo se siente no deber sino que te deban. Y orgullosa, sí, porque de los pecados, ese es el mayor y el único que merece la pena, el que marcó el camino de aquel que no inclinó la cerviz.
Orgullosa y libre, para poder gritar con mi voz entera, con mi letra incólume, para poder decir ‘no’ cuando me place, que yo prefiero morir entre peñas antes de lamer los dedos del que ofrece miseria.
Libre y orgullosa levanto la quijada y os miro por encima del hombro, aúllo, y con una sonrisilla lobuna y la lengua entre los colmillos, a trotecillo ágil, encamino mis pasos a otros sotos donde no teman a los que no ceden.
Soy libre y ahora, a los que escuecen mis aullidos les pregunto, parafraseando al gran Shaft, ¿eso debería daros menos miedo o más miedo?