Hoy se conmemora el nacimiento de un paria de la Tierra. Hoy se conmemora el nacimiento (que sí, que ya todos sabemos que no nació en esta fecha, es posible que ni siquiera naciera el años en el que se supone que nació, no importa, el hecho es que la conmemoración sirve igual) de un niño en el seno de una familia disfuncional, en medio de la nada en el centro de una tierra que no significaba nada, en un pueblo que no tenía la más mínima importancia, un niño que nació, según cuenta la leyenda en el medio de la paja y las boñigas.
Nació sin nada. Nada que ver con los nacimientos hiperpreparados, (quiero que mi
retoño nazca en quincena para que la gente siempre tenga plata para su regalo), y cinco días antes de la quincena, cuando sin duda todos estaban limpios (la prueba irrefutable de esto que afirmo es que los magos no le llevaron los regalos hasta el seis, después de haber cobrado).
Conmemoramos ese nacimiento haciendo un derroche absurdo, derroche de papel feo, de lazos que adornarán, apenas unas horas después, los tinacos y que, en un corto espacio de tiempo, terminarán en el mar, ahorcando a los peces y asfixiando a las tortugas. Y comprándonos ropa, muchos cambios de ropa, porque la Navidad ‘es para ponerse bonita y estrenar un trajecito’.
Miren que se lo digo yo, que soy una enamorada irredenta de las cosas, miren que
yo se lo digo: exageramos. Vivimos de apariencias, de fachadas y de falsos
oropeles.
¿Cuántas de ustedes han dejado pasar de largo al amor de su vida tan solo porque llevaba un peinado pasado de moda, unos zapatos de abogado perseguidor de ambulancias y unos pantalones de pinzas recién llegados de los
años noventa con la tela brillante en las rodillas? ¿Cuántos de ustedes han
espantado a la mujer de sus sueños porque cuando llegó en la vigilia no venía en
la talla y el modelo que ustedes consideraban adecuado?
Unos pantalones feos no son más que un trozo de tela colgando de un cinturón. Lo que realmente importa es que quien los lleva pueda ser capaz de tirarse en la arena con ellos sin temor a ensuciarlos. Los zapatos no son más que un envoltorio de esos pies que deben poder estar dispuestos a mojar los dedos en el