Olla a presión
La agresividad de los cuerpos de defensa y de los asistentes a las manifestaciones puede, también, estar en un irreversible desarrollo. Y lo que más preocupa es la rapidez con la que está creciendo la violencia en los choques públicos.
Alonso Correa.
El choque entre antimotines y civiles parece haberse convertido ya en un cuadro que hemos visto incontables veces. Una escena repetida de una obra que ya conocemos.
Según vamos saliendo de la crisis sanitaria, las cuarentenas y los toques de queda, el malestar social parece estar aumentando con el tiempo. Los más de doce meses de encierro, de privaciones, de miedo y de muerte crearon la tormenta perfecta para sacudir los pilares del planeta. Estamos al borde de una nueva revolución de ideas. Los primeros destellos parecen indicar que cuando se levanten por fin todas las restricciones no serán pocos los motivos por los que se movilizarán miles de personas.
Parece ser que ha sido la gestión global de la pandemia la que ha tocado una sensible fibra en los que sufrirán las consecuencias de la próxima epidemia de desempleo. El opaco futuro que se le está viendo encima al bloque medio de las sociedades ha revelado las carencias de las políticas del buenismo y su falta total de conexión con el mundo real. En los momentos más oscuros, hace apenas unos meses, se pusieron en evidencia los problemas que representan estos proyectos para el funcionamiento regular del mecanismo social. Ideas vacías, carentes de valor, que se implementan solo para satisfacer la sed de «cambio progresista» de un grupo de quejicas.
Las explosiones colectivas que hemos presenciado a lo largo y ancho del planeta parece ser un fenómeno que se repite una y otra vez. Unidos por las acciones que cometen y diferenciados en sus ideas. Viendo lo turbio que están los Estados con el fin de la pandemia es muy probable que esta sea motor suficiente para llevar a cabo una renovación de las medidas administrativas de sus países. El margen de error se ha vuelto muy estrecho y no son pocos los incrédulos al poder que todavía no se dan cuenta de lo cansado que están los ciudadanos.
Los errores son diferentes, igual que las razones, pero parece que la respuesta es la misma siempre. El virus asiático y su destrucción parecen haber implantado las bases de la respuesta típica mundial, que tal vez veremos repetirse una y otra vez: salir a la calle en masa. Amontonarse en la vía pública, crear maremotos en las avenidas. Un torbellino de individuos que se enfrentan contra la autoridad pertinente. Cristaleras rotas, grafitis y quema de basura son, sumado a la vorágine humana que se concentra en una zona, las consecuencias de estas nuevas estrategias que ha adoptado la columna de pendencieros.
Ya no sorprende el ver en telediarios y periódicos océanos de personas desbordando las líneas que marcan los límites de una calle. Centenas de cabezas crean imágenes puntillistas en un panorama distópico. El choque entre antimotines y civiles parece haberse convertido ya en un cuadro que hemos visto incontables veces. Una escena repetida de una obra que ya conocemos. El problema recae en los terceros, en los que están tratando de salir adelante contracorriente y son detenidos por las oleadas antropocentristas. Son ellos los verdaderos perdedores de la nueva moda del enfrentamiento callejero.
Pero, ¿es probable que aumente la cantidad de situaciones que desemboquen en movilizaciones masivas? Es imposible saberlo, pero siguiendo la costumbre actual puede concluirse que sí, que en los meses venideros nuevas series de errores y disparates de los gobiernos creen un efecto llamada a las convocatorias de las calles. La agresividad de los cuerpos de defensa y de los asistentes a las manifestaciones puede, también, estar en un irreversible desarrollo. Y lo que más preocupa es la rapidez con la que está creciendo la violencia en los choques públicos. Una práctica que debe ser extraída de raíz, en ambos bandos, para poder llevar al plano diplomático todos los ideales por los que se lucha, pero, de manera mezquina, una pandilla de politiquejos están utilizando estas desafortunadas circunstancias para alimentar su control de sus seguidores y su ego.
Estudiante panameño en España.