Me caen bien los aristócratas. Los de verdad, ¿eh?, no los trepas ni los quiero y no puedo. No soporto a los advenedizos ni a aquellos que exageran aquello que desean llegar a ser para insertarse en algún círculo forzando su entrada con calzador.
Pero los aristócratas me caen bien, y ahora vengan de uno a uno. Los nobles de espíritu, los que se elevan por encima de la plebe, los que tienen bonhomía, buenos modales, educación y elegancia siempre serán mis privilegiados.
Y que sepan que me importa un culo si todos estos valores llevan aparejados el vil metal o no. Porque, perdonen que se lo diga, algunos que presumen de título, apellido y plata son unos verdaderos patanes, pero conozco a muchos sin siquiera diploma de primaria con una educación que ya quisieran muchos.
Una vez dicho esto, estoy estos días espiando en las redes sociales un debate completamente absurdo: ‘historias de horror de yeyecitos’. En realidad, los que suben los post escriben ‘yeyesitos’, con ese, pasándose por el forro la formación correcta de los diminutivos en castellano, pero vamos que no le vamos a pedir peras a esos olmos y vamos a ver, ¿estamos volviéndonos todos gilipollas y nos sentimos orgullosos de serlo? ¿Qué mierda es esto?
Se leen anécdotas que en algunos casos suenan totalmente espurias, de dichos o hechos protagonizados por dizque personajes pertenecientes a ciertos círculos de dinero o poder y por otros que tratan de hacerse pasar por uno de ellos. Anécdotas pendejas que no denotan más que les falta educación de casa y que en la calle aún no se han encontrado a nadie que se la proporcione; algunas de las historias hablan de abusos laborales o aproximaciones sexuales inadecuadas, otros son comentarios acerca de la manera en la que la gente vive su vida y si la mamá le hace o le deja de hacer. La mayor parte de ellas se solucionarían con un tatequieto o un bofetón de madre bien dado. En todos los morros. A mano abierta.
En fin, que una a una, las historias no llegan a historietas, pero como a los seres humanos nos gusta más contar cuentos que a un perro un palo, ahí se lanzan todos, como imbéciles contando ‘su’ historia de horror con un yeyecito. Y yo me pregunto si es que nadie medita, razona o reflexiona. Si es que a nadie se le ha pasado por la mente pensar en quién puso de moda esta nueva moda y cuál ha podido ser su razón oculta para hacerlo.
¿A nadie se le ha ocurrido pensar en que con el aumento de publicaciones en redes sociales les están haciendo el juego a algunos grupos? ¿Nadie se pone a pensar que quizás esta batallita imbécil de ‘ellos contra nosotros’, de ‘pobres contra ricos’, de ‘yeyecitos contra el resto del país’ nos puede explotar en la cara como ya ha pasado en muchos de los países cercanos?
¿En serio nadie es capaz de pararse a pensar que aglutinar bajo un epítome despectivo a un grupo heterogéneo de personas y contar historias anónimas de ellos exacerba un sentimiento que no debería abanicarse en una sociedad democrática?
Que un ‘yeyé’ sea un gilipollas, ¿los hace a todos automáticamente gilipollas? Si esta afirmación nos parece bien, ¿por qué no nos parece bien que generalicemos diciendo por ejemplo que todas las mujeres somos unas putas? ¿Por qué no podemos decir que cierto grupo étnico son todos unos ladrones? Si contamos historias de horror de yeyecitos, ¿por qué no podemos montar un hashtag contando ‘historias de horror con pobres’?
Y si estas últimas ideas os parecen estúpidas y absurdas, denigrantes y deleznables, que lo son, ¿qué mierda hacéis riéndoles la gracia como pánfilos a los pazguatos que están tratando de empezar una conflagración que quizás no sepan cómo apagar?