Venga, un año más, felicitaciones absurdas y reivindicaciones más o menos pendejas. Insistiendo en convencer a las mujeres de que somos víctimas. Víctimas de algo, no importa de qué, pero víctimas. De las creencias religiosas, (chicas, si vuestra religión os oprime, bien podéis iros a vivir a otros horizontes con otras religiones, en el mundo ancho y ajeno anda que no hay religiones y lugares para elegir, bien podáis), víctimas de las circunstancias, víctimas del miedo, de la prevención.
Una vez completamente convencidas de ser víctimas y amedrentadas de forma adecuada, como ovejitas, buscaremos la protección en el rebaño, porque solo dentro del rebaño de sororas la oveja se siente segura.
Una que no nació para oveja y a la que jamás de los jamases nadie le dijo que no podía hacer lo que le picase en el ovario derecho, y los años bisiestos en el izquierdo, dice que los rebaños, ya sean el tipo que sean, huelen mal y son incómodos. Tantos individuos ahí apiñados, arreados por los perros que les muerden en el calcañar, como la sempiterna culebra del pecado, son caldo de cultivo apropiado para descerebrarse.
No te salgas del rebaño que viene el lobo, las ovejas debemos protegernos las unas a las otras, las fieras están al acecho, te matan a dentelladas en cuanto te alejas del camino que nuestro cerebro comunal marca como el adecuado. Bestias monstruosas contra las que nos avisan una y otra vez.
Los que no son nosotras, nosotros, ‘nosotres’, son alimañas entre las que nunca podrás sentirte segura porque en su naturaleza viciosa está clavado el mandato de la agresión. No importa a qué, a quién o a quiénes se refieran con ese pronombre personal de la primera persona ya sea en masculino, en femenino o en ese ‘neutro’ que no existe, por más que los balidos traten de legitimarlo y que no designa nada.
Desde el rebaño sospechan de los perros, de los lobos, del pastor y de los cabrones. Solo las corderas son seguras, solo entre los vellones de lanita acolchada y tibia podremos medrar aquellas que, según el balido andoscal, hemos tenido la mala suerte de nacer con dos cromosomas iguales.
Pero la victimización conlleva efectos secundarios, oh, sí, claro está. Como que si la niña no puede llegar a saltar la barda para alcanzar su sueño de ser doctorcita, su papi lindo va a hacer lo imposible para que no se frustre, porque si hay tantos otros que pueden, ¿por qué ella no? Es mujer, tiene derecho a ser todo lo que quiera ser.
No se engañen, esta última boutade de la rebaja del índice para que una bruta pueda llegar a tomarse una foto con su título no es más que la conclusión lógica de las cuotas, de la concesión de puestos por ser mujer y de la discriminación positiva.
Ser víctima es exigir justicia, no igualdad. Y eso es por lo que están balando en el rebaño, a las ternascas les importa bien poco la igualdad, lo que exigen es retaliación, quieren venganza. Quieren vengarse de todos los que han oprimido a los millones de congéneras que en el mundo han sido.
Y de ese pago por la justa venganza deben ser ellas la beneficiarias, las herederas de las brujas que no pudieron matar y las herederas de los beneficios que, caiga quien caiga, deberían haber sido concedidos hace siglos, y, como no lo fueron, debemos darles a ellas los intereses. Porque son sororas, son ovejas y balan alto.
Lo malo es que yo siempre he preferido los páramos antes que el aprisco, y si debo identificarme con una cancioncilla, me pido el Romance de la loba parda.