Dícese de aquellas personas jóvenes, presuntuosas e inmaduras. En nuestro tiempo suelen ser, además, de tendencias izquierdistas o comunistoides.
Son infantes que han crecido en una burbuja de privilegios, nada que ver con los izquierdistas de verdad, los que, pensemos que estaban en lo cierto o no, se tiraban al monte a pelear, rifle en ristre y con la muerte sonriéndoles y diciéndoles bonitos ojos tienes. No pretendan compararse, imberbes e imberbas, con aquellos que se calaron cárcel durante años con sus ideales intactos. A estos de hoy en día los detienen un par de horas y lloran como cobardes lo que no saben defender como Mandelas.
Son infantes que han crecido en una burbuja de privilegios, nada que ver con los izquierdistas de verdad, los que, pensemos que estaban en lo cierto o no, se tiraban al monte a pelear, rifle en ristre y con la muerte sonriéndoles y diciéndoles bonitos ojos tienes. No pretendan compararse, imberbes e imberbas, con aquellos que se calaron cárcel durante años con sus ideales intactos. A estos de hoy en día los detienen un par de horas y lloran como cobardes lo que no saben defender como Mandelas.
Nada de eso, no aceptan ninguna molestia, estos pendejitos protestan desde la comodidad de sus hogares, muchos de ellos pagados con el sudor de la frente de sus padres, desde un celular último modelo o tras la pantalla de una computadora de última generación. Son ilusos que dedican su tiempo a perderlo buscándoles las vueltas a los que sí tienen algo que hacer con su tiempo. Ya querría yo poder ser así, me parece fantabuloso poder dedicarme a rascarme las gónadas y entretenerme en babosadas sin chicha ni limoná.
Esta nueva generación se escuda en el anonimato de las redes, usan pseudónimos y esconden sus caras tras máscaras de los Simpson o el maquillaje de algún antihéroe de culto mainstream.
Se ofenden por todo, chillan para defender su derecho a no ser atacados y atacan en jauría a aquellos que no piensan como ellos. Son las hordas inquisitoriales redivivas.
Antorcha en mano deciden quién tiene derecho a hablar y quién no. Deciden qué monumento tiene derecho a perdurar y cuál debe ser demolido a martillazos. Rechazan el supuesto fanatismo de unos pero están tan obsesionados con su propio ombliguito que no se dan cuenta de que se han convertido en lo mismo que denostan.
No entienden, los muy panolis, que la libertad es libre. Que no puede haber libertad a medias, igual que es imposible para una mujer estar medio preñada.
Si ellos tienen derecho a expresar sus opiniones el resto de la humanidad que no piensa como ellos tenemos derecho, todo el derecho, no un poquito de derecho, a expresar las nuestras.
Si ellos tienen derecho a expresar sus opiniones el resto de la humanidad que no piensa como ellos tenemos derecho, todo el derecho, no un poquito de derecho, a expresar las nuestras.
¿Que nuestras opiniones les parecen deleznables? Tienen derecho a ello. Las opiniones son como los culos, cada uno tenemos el nuestro y los culos no son moneditas de oro. No a todos les gustan todos. A algunos les gustan los levantaditos y pizpiretos, otros, como algún protagonista de Sade, disfrutan con los decrépitos y colgantes, a aquel le pone un buen culo esteatopígico. El de más allá se obnubila con el del David del divino Miguel Ángel. Y bien está ello.
La censura, sobre los culos y sobre las opiniones, aparte de que nunca funciona, (y si no que se lo digan a los que, a pesar de la posibilidad de la condena a muerte, seguían buscando los culos que les agradaban), nunca será válida.
La censura, sobre los culos y sobre las opiniones, aparte de que nunca funciona, (y si no que se lo digan a los que, a pesar de la posibilidad de la condena a muerte, seguían buscando los culos que les agradaban), nunca será válida.
Las ideas, tanto políticas como religiosas son propias, y tu libertad de inmiscuirte en mis ideas termina exactamente en la linde donde mis ideas entran en conflicto con las tuyas. ¿Qué no quieren oír? Pues los niñatos tienen a su alcance una estrategia en total consonancia con su infantilidad, pueden ponerse las manitas en las orejas y apretando con fuerza, pueden empezar a grita ‘lalalalalalalalalala’ hasta que la causa de su desazón termine de hablar.
Pueden no leer opiniones que los desagraden,. Pueden negarse a ver a quien los fastidia escondiéndose en su burbuja feliz con seres imaginarios como unicornios rosas y Chés bonachones.
Pueden no leer opiniones que los desagraden,. Pueden negarse a ver a quien los fastidia escondiéndose en su burbuja feliz con seres imaginarios como unicornios rosas y Chés bonachones.
Lo que no pueden hacer es replicar aquello contra lo que tantos luchadores de verdad pelearon. No pueden quitarnos la libertad de expresión.
No de nuevo.
No nunca más.