El feminismo que se devora a sí mismo
Un par de días después del 8 de marzo las redes sociales ya han pasado del furor feminista a la siguiente indignación de moda. ¡Qué maravilla de lucha, tan programada, tan dócil, tan compatible con los intereses de las multinacionales! Pero, ojo, que me avisan de que debo tener cuidado para que no se me note mucho que lo critico, porque el feminismo moderno ha dejado claro que cuestionar ciertos dogmas es herejía.
El feminismo de antaño defendía que la mujer debía tener derecho a elegir su propio destino. La nueva versión, en cambio, ha reducido ese derecho a una pequeña lista de opciones aprobadas, como bien nos demuestra el caso de RoRo, esa influencer a la que el feminismo ortodoxo ha sentenciado al infierno por el delito de… hacer la cena. Porque claro, ¿cómo se te ocurre disfrutar de un rol doméstico? Eso perpetúa la opresión, dicen, entre sorbos de café de una taza con el lema «My Body, My Choice» estampado en letras doradas. Ah, pero si tu elección no es la correcta, entonces tu body no tiene choice.
Antes, el sistema nos decía qué podíamos y no podíamos hacer. Ahora, el feminismo hace lo mismo. Antes, nos despreciaban por no ser lo bastante femeninas. Ahora, nos atacan por no ser las feministas correctas. Antes, la sociedad nos decía que nuestro valor dependía de nuestra conformidad con ciertas normas. Ahora, las propias feministas nos dicen que nuestro valor depende de cuán alineadas estemos con la doctrina. Al final, lo único que ha cambiado es el uniforme del opresor y la actitud de la oprimida.
Porque no, hermana, no todas las mujeres cuentan. Si el agresor es de la etnia, ideología o religión adecuada, el dolor de la agredida no entra en la agenda. Que se lo digan a las mujeres de Irán, apaleadas hasta la muerte por llevar mal puesto un velo, mientras en Occidente se les dice que son libérrimas por decidir cubrirse y que cuestionarlo es islamofobia.
Si te violan hombres de cierta etnia, ideología o religión, silencio absoluto. No se dice, no se habla, no pasó, hay que proteger la narrativa. Ah, pero si un hombre blanco y occidental hace algo desafortunado, se organizan marchas y se exige la decapitación pública del susodicho. No se trata de justicia. No se trata de mujeres. Se trata de agenda. No se trata de igualdad. Se trata de capitalizar la opresión.
Si creías que ya habíamos alcanzado el clímax del sinsentido, permíteme corregirte: hay un escalón más en esta torre de Babel ideológica. Ahí están, en las manifestaciones feministas, los carteles que proclaman con solemnidad: «ABORTO LEGAL Y GRATUITO PARA LAS MUJERES TRANS»
Un momento. Pausa. Respiración profunda.
¡Aristóteles, agárrame la Metafísica! Esta gentucilla no ha oído hablar del Principio de No Contradicción. Aristóteles nos enseñó que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo bajo la misma relación. Es decir, no puedes tener genes femeninos y no tenerlos simultáneamente, y al parecer hemos llegado al destino final de este tren desbocado: después de siglos de lucha por los derechos de las mujeres, ahora resulta que mujer es un concepto vacío. En nombre de la inclusividad, el feminismo ha decidido eliminar la palabra mujer. Se nos prometió una revolución y nos dieron un puñado de eslóganes vacíos y discursos donde ‘persona menstruante’ es más importante que ‘igualdad’. En este feminismo de Schrödinger, la mujer existe y no existe a la vez.
Ahora mujer es una construcción social y no tiene base biológica. Pero si hablas de aborto, de repente vuelven a existir las mujeres, solo que ahora se incluye aquí también a los hombres… y a Loretta, claro está. ¿Recuerdan ustedes «La vida de Brian» de los Monty Python y la escena gloriosa en la que el Frente Popular de Judea está debatiendo sobre opresión y derechos? En un momento dado, el personaje de Stan declara que quiere ser mujer y llamarse Loretta y quiere tener bebés.
—Pero no puedes tener bebés.
—¡No me oprimas!
—No es opresión, Stan. No tienes matriz. ¿Dónde vas a gestar al feto, en un baúl?
Monty Python, hace más de 40 años, anticipó la locura. En su tiempo era sátira, ahora es realidad.
El problema con estos planteamientos es que están diseñados para dinamitar el significado mismo de las palabras. Hoy el feminismo no lucha por la igualdad, sino que ha mutado en una forma de realismo mágico postmoderno, donde puedes ser y no ser mujer según la necesidad del story telling.
Aún así la realidad es la que es. No puedes abolir el concepto de mujer y, al mismo tiempo, exigir derechos exclusivos para quienes solo pueden existir bajo dicho concepto. El cerebro del feminismo contemporáneo ha implosionado y cuando tratas de aplicar la lógica más elemental a este despelote te acusan de transfobia, fascismo y quizás hasta de patear cachorros por placer.
Ahora, si me disculpan, voy a revisar si el Frente Popular de Judea tiene vacantes, pero antes buscaré una camiseta de «Sisterhood is Powerful», cosida en Bangladesh por niñas explotadas. Que el capitalismo feminista no se va a financiar solo.