Hoy es 6 de enero, la Epifanía del Señor. La palabra epifanía significa manifestación repentina y en esta fecha los cristianos católicos celebran la manifestación de Crsito a la humanidad. Humanidad representada por los Magos de Oriente. Los Reyes Magos.
Los Reyes Magos, que no siempre fueron tres. En efecto, en esto como en tantas otras cosas, la tradición nos marca el camino y nosotros seguimos por la senda como burriquitos con anteojeras. El único evangelio canónico que menciona a los magos que fueron a adorar al Divino Recién Nacido es el de Mateo y en él no se menciona el número de mágicos adoradores. Ahora bien, hay muchas tradiciones que difieren en el número, con cantidades tan dispares como dos, cuatro, doce o sesenta. Sí, así es. Sesenta. Y Mateo, que es el único que al parecer creyó relevante contar la historia de la adoración maga, tampoco consignó sus nombres. No, señores y señoras, los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar no aparecen consignados hasta el Evangelio Armenio de la Infancia, un evangelio apócrifo que data del siglo IV después de Cristo, pero tenemos textos en otras tradiciones que consignan otros nombres, incluso más evocadores, si cabe, de la magicidad de sus majestades: Larvandad, Hormisdas, Gushnasaph, en Siria o Badadilma y Kagba, en Armenia.
Un siglo antes, en el siglo III d. C., fue Orígenes, el teólogo, el que con una lógica aplastante, razona que si los regalos fueron tres productos, oro, incienso y mirra, los que llevaban los presentes debían ser también tres; por lo visto el padre de la iglesia no concebía aquello de que pudieran llevar regalo repetido. En los inicios del cristianismo ni siquiera eran de diferentes etnias, en las primeras representaciones los encontramos a todos con tez clara, pantalones ajustados, jubón y bonete frigio, bien supicucús, como buenos astrólogos provenientes de Persia.
En fin, que ni siquiera la tradición cristiana, (palabra de Dios, te alabamos Señor), puede asegurarnos la realidad de muchas de las creencias a las que nos apegamos con fruición y alabanza, ¡¿y pretendemos controlar los bulos en las redes sociales!?
Si ni la iglesia, con todo su poder (en un momento de la historia en la que ahí sí te desaparecían sin que les importara un cojón de pato cojo dejar o no rastros) pudo controlar su propio discurso, ¿quién coño va a poder ponerle puertas al campo de las redes sociales?
Los giliprogres, con su ingenuidad ridícula, están convencidos de que si censuran (sí, mis amores, llamadlo cómo queráis, pero controlar lo que se puede y no se puede decir es censura) lo que se dice lograrán controlar lo que se piensa. Nadie les ha contado que eso no se puede conseguir. Nadie les ha dicho que ni el nacionalsocialismo alemán ni la dictadura comunista de la URSS consiguieron controlar el pensamiento y el discurso de todos sus habitantes, ¡¿en serio se piensan que van, ellos y sus fanáticos adláteres, a ponerle coto al pensamiento!?
Miren, creo que lo mejor que pueden hacer, aunque ya sea para el año que viene, es ir escribiendo una cartita a Sus Majestades los Reyes Magos para que les haga el milagrito y logren que los ocho mil millones largos de seres humanos que vivimos en el planeta Tierra seamos clones de su propio pensamiento adelantado, conciliador y progresista. Y así, por lo menos, conseguiremos dejar de escucharlos lloriquear, cansinos, que son unos cansinos.