Hace un par de semanas a algún iluminado se le ocurrió sugerir que los cristianos deberían evitar decir “¡Feliz Navidad!” para no ofender a aquellos que no son cristianos y no celebran la fecha que conmemora el nacimiento de Jesusito.
Vivimos en una sociedad de imbéciles.
En primer lugar, lo de vivir evitando ofender a todo el mundo es un sinsentido y un sinvivir y terminará convirtiendo nuestra convivencia en un sindiós. Nadie es responsable de los sentimientos que se derivan de acciones legítimas y razonables. No puedo evitar que te ofenda el que yo sea feliz, que yo tenga aquello de lo que tú careces, que no me avergüence de mi herencia. No soy el garante de la paz mental de nadie, si alguien se siente ofendido por lo que yo hago, de nuevo, de forma legal y dentro del marco de las leyes del país donde vivo, es su problema.
Si a mí me la trae bastante floja que miles de personas celebren el Ramadán, Hannukah, Diwali o Kwaanza, no entiendo por qué debo dejar de celebrar lo que me salga del forro como me salga del forro. Si tú crees de verdad de la buena que el dios al que adoras es el único dios en todo el universo conocido (y en el desconocido), deberías entender que a él le debería importar entre cero y menos tres que los infieles, (a quienes, por otra parte, él se encargará de condenar con su propia mano), celebren lo que les pique el huevo derecho.
Lo de no querer ofender, no se equivoquen, no tiene nada que ver con cortesía o deferencia, lo de no querer ofender es cobardía. Nos hemos convertido en una sociedad de pusilánimes. Nos han hecho a imagen y semejanza de los caguetas que nos desgobiernan, una panda de apocados, temerosos de levantar nuestra voz e incapaces de defender nuestros principios.
Tiene razón aquella frase atribuída a G. Michael Hopf que reza que “Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos fáciles, los tiempos fáciles crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles”. Las últimas décadas de bonanza y paz nos han convertido en un grupo de gallinas que van a cagarse en el mundo que tanta sangre, sudor y lágrimas costó construir.
El canguelo para defender lo justo, el temor a plantar cara, la negación a defender nuestros derechos nos están entregando en brazos de aquellos que no tienen miedo y tampoco tienen respeto.
Quizás el problema es que muchos de los que agachan las orejitas deseando, como borregos amaestrados, unas ‘felices fiestas’, no están seguros de que en realidad, si mueren defendiendo lo que creen nadie los vaya a recompensar en el otro mundo con huríes y fuentes que manan leche y miel. Me parece bien, yo también dudo de lo de las fuentes, y ni de coña aceptaría compartir mi macho con otras setenta, sean vírgenes o no, pero yo sí tengo claro que con dioses o sin dioses prefiero morir de pie con dignidad y honor que vivir agachando la cerviz y tratando de no levantar la voz para no molestar.
Así que váyanse a la mierda, hoy es 25 de diciembre, hoy se conmemora el nacimiento de Jesucristo, el hijo del dios de Israel, y yo les digo a todos, ¡feliz Navidad!
P.S. Y si alguien se siente ofendido por ello, ya saben lo que se recomienda para ello: ajo y agua. A joderse y aguantarse.