Mi padre fue cazador, lo recuerdo, en temporada, preparado para salir de casa, cuando le preguntaba a mi madre si quería que trajera algo, si mi madre consideraba que esa semana se iba a aprovechar le decía que sí, si consideraba que había bastante comida en casa mi padre se iba, pero levantaba para el compañero. Lo que mi padre cazaba, se comía, perdices, codornices, conejos. Mi padre nunca fue al jabalí porque eran pocos cazadores y decía que se desperdiciaba mucha carne.
Papá trajo a casa decenas de animales heridos que encontraba a la orilla de la carretera, hace cuarenta años, cuando en España el único que hablaba de conservación era Félix Rodríguez De La Fuente. Mi padre llegaba con un erizo, por ejemplo, golpeado por un carro y allí teníamos al bichillo hasta que se recuperaba y se lo llevaba de regreso hasta donde lo encontró. Si eran pájaros se los llevábamos a mí tío Pepe, maestro jubilado, quien, con una paciencia inmensa, los rehabilitaba. Y si no era posible, porque no hubieran podido sobrevivir en la naturaleza, allí se los quedaba, en su casa grande.
Yo tuve, en uno de mis años de universidad, un lagarto ocelado. Lo había traído a la casa, a primeros de otoño, el novio de una compañera, un carro lo golpeó y allí se había quedado, en medio de la carretera, turulato, por suerte este chico vio lo que pasó y paró. No era muy grande cuando llegó, un ejemplar joven que pudo haber cruzado la carretera quizás por primera y, por unos milímetros, por última vez en su vida. Un año después, tras meses de comidas opíparas a base de insectos vivos comprados especialmente para él y muchos baños de sol, Juancho era un macho enorme y hermoso cuando lo liberamos.
Llevo toda mi vida corriendo descalza por eras y campas, he dormido al raso, me he perdido en hayedos en otoño, vivo lo más cerca que puedo de la naturaleza, no le temo ni a culebras, ni a arañas, acabo de volver de una expedición de diez días caminando por el medio del monte y lo único que me aterroriza son los imbéciles.
Temo como a la peste a los ecologistas de boquilla, los que defienden la naturaleza porque está de moda, los que piensan que la Pachamama es una mamita linda y buena que les dará, en agradecimiento, los apapachos que su madre no les dio de pequeños. Me da miedo pensar en que somos una sociedad de pendejos y apendejados que nos hemos convertido (o hemos permitido que nos conviertan, mejor dicho) en un grupo de pánfilos rusonianos que están convencidos de que todo el mundo es bueno y que una legión de ángeles nos cuidarán si nosotros les rendimos el debido respeto. Somos una sociedad que aplaude como una manada de focas a los individuos como la niña fea y con permanente gesto de enfado que fue usada por sus padres para hacerse de oro. Somos tan, pero tan ignorantes que nos creemos importantes y pensamos que podemos convencer al medioambiente de que haga o deje de hacer, sin darnos cuenta de que la naturaleza es una perra cruel e indiferente a la que los humanos le importamos entre cero y menos tres.
Somos idiotas, sí, pero los que nos teledirigen no lo son tanto, ellos saben muy bien qué teclas tocar para hacernos reaccionar. Nos entretienen haciéndonos mirar para donde ellos quieren para que no miremos hacia adonde ellos no les conviene. Nos empujan a detestar una mina, una empresa, una carretera, un proyecto, para que no nos fijemos en los desastres que están haciendo en sus propias canteras, negociados, desarrollos, urbanizaciones… Nos llevan y nos traen como a marionetas y nos dejamos.
Nos manipulan con el miedo, con la desinformación y con el palo y la zanahoria y así estuvimos dos años encarcelados, por miedo y para mayor provecho de los que mientras tanto se enriquecían, y así seguimos, batiéndoles el agua a los que siguen aprovechándose de la estulticia voluntaria que se desarrolla cuando decidimos cerrar los ojos y los oídos para investigar por nosotros mismos y tan solo abrir la boca para gritar consignas ajenas.
Y así nos irá.