En una contienda electoral donde los cobardes al sentirse derrotados y sabiendo que perderán influencias, entronques jurídicos y sucumbirán políticamente, recurrirán a procedimientos indignos para impedir que aquel, cuyo triunfo es arrollador, conquiste la codiciada butaca del Palacio de las Garzas.
En el proceso electoral donde nos encontramos sumergidos, ha demostrado que hay un candidato presidencial cuyo carisma hace tronar de emoción a un pueblo que desea cambiar la podrida estructura gubernamental.
Las encuestas favorecen a un candidato presidencial que llena de esperanzas benefactoras a un pueblo fastidiado de escuchar tantas mentiras.
A pesar que todo parece desarrollarse con tranquilidad, hay temores de que el péndulo de la paz gire bruscamente hacia un extremo caótico plagado de pesares.
Los nubarrones de la criminalidad, parecen emerger como un monstruo dispuesto a convertir la fiesta electoral en una acto terrorista con consecuencias impredecibles.
A pesar que proliferan pancartas, flamean banderas, escuchan propuestas, también surge temor por la existencia de mentalidades macabras que, al parecer, intentan utilizar el crimen para sacar de la contienda a un candidato presidencial.
Es preocupante la actividad electoral.
Se anuncia temor por la vida de un candidato presidencial predilecto, que ocupa el primer escalón en las encuestas, y que adversarios tratarán de evitar que ocupe la principal butaca del Palacio de las Garzas.
Es peligroso, cruel e insensato intentar entorpecer el proceso electoral con la eliminación física de un candidato que ya expresó temor por su vida.
El asesinato para zafarse de un candidato presidencial sería un incidente bochornoso.
La reacción popular ante un crimen es impredecible.
El encono de un pueblo traicionado podría hamaquear los cimientos de la democracia para arrastrarnos hacia una acción militar que teñiría de sangre calles de la “muy noble y muy leal ciudad de Panamá”.