Cumpliendo con el calendarios de fiestas que celebramos en la nación panameña, mañana 8 de diciembre festejamos el Día de la Madre.
La ocasión es propicia para, ante el altar de la patria, hacer un juramento que nos obligue empuñar el estandarte de la liberación nacional para tenazmente luchar por un país sin madres desprotegidas, golpeadas, abandonadas o habitando hogares mugrientos.
Ser madres es un don, sagrado, milagroso. No es fácil. Algunas sacrifican bienes y orgullos para, en un embarazo de nueve meses, cargar al ser viviente que, por instinto natural, protegen, alimentan, visten, orientan y, en ocasiones, lloran.
En algunos hogares la palabra “mamá” tiene una musicalidad alegre que dulcifica el espíritu, mientras en otros es triste, tenebrosa e ingrata.
No es fácil concebir y criar en un mundo convulsionado donde los hombres se arrancan las entrañas para controlar el poder mientras las madres lloran a hijos sacrificados por espantosas tiranías como guerras, drogas y hambre.
Es lamentable aceptar que aunque hoy se vierten románticas expresiones exaltando la dignidad materna persisten ingratitudes que trituran su amor. Las madres de este país merecen más que oír a un guitarrista gemir unas palabras alegres.
Ellas desean paz, amor, medicinas en los hospitales, educación sin tropiezos y sobretodo el alimento sagrado que la mezquindad se los arrebata.
Más nutrientes de sabiduría, medicinas en los centros de salud, seguridad ante la proliferación de tanto pedófilos y cero mentiras que generan resentimientos. Mañana es el Día de la Madres.
Día que escucharemos románticas canciones y gemidos de guitarras que hay madres que no desean escuchar porque no se puede ser feliz cuando sus hijos por falta de una educación adecuada portan un cerebro estéril y vagan como zombis ignorantes con el estómago vacío.