Se equivocaron aquellos que pensaron podían jugar con la paciencia de los panameños porque creían estaban rigiendo los destinos de un pueblo idiotizado.
El panameño no es un pueblo de idiotas que fácilmente se domina con retumbar de tambores, chistes procaces, embrujos faranduleros e influjos de licores que nos mantiene subyugados.
Las recientes manifestaciones que surgieron de una explosión espontánea, demostró que los panameños estamos despertando; no somos un pueblo idiotizado; exigimos bienestar y no mentiras.
Panamá ya no es aquel pueblo de “buchís” como nos catalogaban los “gringos”.
Hemos despertado; nos desprendemos de la idiotez que nos mantenía sumidos en las ignorancias para exigir respuestas a quienes, con ínfulas de soberanos, creyeron poder gobernar a su antojo.
Las cosas están cambiando. El pueblo exige respeto; eficiencia en la administración pública: beneficios colectivos tangibles y menos despilfarro de recursos para saciar gulas financieras personales o políticas.
A este pueblo ya no se le engaña fácilmente y quienes cometan esta osadía tendrán que responder por los delitos cometidos, de lo contrario, podrían ser víctimas de la ira de un pueblo cansado de tanto ultrajes.
El fastidio popular es tan agrio que, de continuar provocando al pueblo, a los responsables podría sucederles como aquellos que se acobardaron y corrieron a esconderse después que vociferaban ¡ni un paso atrás!