Llegó la pandemia y con ella llegó un tsunami tecnológico. Yo, que entré muy,
pero que muy tarde al mundo computacional, que yo iba cuando la mayor parte del
mundo ya volvía, yo, que aún hoy me niego a los artilugios para leer en una
pantalla, que cargo, mudanza tras mudanza, con sopotocientostresmil libros, que
necesito seis metros lineales de suelo a techo de estanterías para acomodar toda
mi biblioteca. Yo, que antes de tratar de buscar algo en internet me paso horas
revisando mis libros para encontrar referencias en papel. Yo, que nunca jamás en
la vida ni supe lo que era una videollamada y aún en el año 2000 estaba
escribiendo cartas a mano. Yo, que aprendí mecanografía un verano haciendo
músculo en los dedos meñiques, (que cuando terminabas el curso con aquellas
Olivetti podías arrastrar sin problema un drakkar por un vado con el dedo
pequeño). Yo, que aún escribo con estilográfica porque mi cerebro piensa mejor.
Yo, que en mis cursos despliego mi histrionismo y utilizo todo mi cuerpo para
explicar cada concepto, que no me siento en toda la clase, que gesticulo y me
explicoteo captando atenciones, me encontré encarcelada sine die con el océano
proceloso de la web abriéndose a mis pies.
Ahí estaba yo, con una pantalla sin cámara, un teclado que no te marca cuándo
tienes conectadas la mayúsculas y un ratón que a veces se duerme y al que hay
que desconectar y volver a conectar para que reaccione. Y sin altavoces ni
micrófono. Tratando de hacerme oír.
Poco se ha hablado del esfuerzo que todos hemos tenido que hacer para
zambullirnos en la tecnología. He aprendido muchas cosas en estos meses. ¡Me
hice una cuenta de Zoom yo solita!, y aprendí a programar las reuniones, e incluso
a grabar las clases. Ya tengo cámara, ¡un trípode!, bocinas. Aprendí que necesitas
una luz blanca enfrente, que no puedes tener mucho ‘aire’ alrededor y que para
capturar una pantalla no necesitas tomarle una foto con el celular, que puedes
presionar el simbolito de Windows y la tecla de ImprPant. Aprendí a hacer mis
cartelitos de promoción y a hacer El Aquelarre, mi programa de radio, en KW
Continente desde casa.
Yo, que aún me bloqueo cuando me piden que pase un PDF a Word o viceversa,
ahora ¡hago Instagram Lives! A grabarlos aún no he aprendido, tampoco me
presionen, que me agobio.
Todavía nos quedan un par de semanas en semiencierro, quizás aún pueda
conseguir una impresora que sirva y logre conectarla a la computadora para poder
imprimir documentos en casa. Ese es el siguiente reto.
Y aprender a usar tablas de Excel, que mi próximo proyecto me lo está exigiendo y
me estoy enfrentando a ello a portagayola. Aunque le dije a mi compañerita piopio
que yo prefiero escribir todo a mano y en pósits, ella me miró raro y me dijo que
nanai, así que allá voy. Deséenme suerte.
Mientras tanto, a ver si consigo también una silla de escritorio que no vaya
descendiendo paulatinamente mientras yo estoy sentada, para no tener que
escribir como ahora, como si fuera un Oompa Loompa, con el trasero asentado en
los abismos del suelo y con las manos levantadas tecleando a la altura de los ojos.
Quizás lo mejor será que le encargue a un ebanista interiorano una silla a la
medida, con una ligera inclinación hacia atrás para poder teclear como si estuviera
en el jardín coloraeño, apoyada en la pared sobre las dos patas traseras del
taburete y una fría en la mano. ¡Dioses, qué ganas de poder mandar la tecnología
a la mierda y poder ir a un pindín de Fello!
Por: Mónica Miguel Franco