Las llamaradas de insatisfacciones mantienen al país encendido en problemas, y un pueblo agresivo, acusa al inquilino del Palacio de las Garzas como el principal responsable.
Manifestaciones tan agresivas jamás se habían visto desde hace más de 30 años, cuando los militares intentaron sofocar la furia pueblerina con fusiles, bayonetas e intoxicando el ambiente con bombas lacrimógenas.
Estamos observando una furia popular contra el partido gobernante que coincidencialmente es la misma gavilla que en la década de los años ochenta aupó al régimen militar.
La furia reinante es una advertencia de lo que podría suceder si intentan en los comicios que se avecinan, tergiversar los resultados de las urnas o imponer, mediante la fuerza, a un candidato que no es del agrado popular.
Estamos viviendo una versión parecida a lo sucedido a finales de la década de los años ochenta, cuando un militar terco, al resistirse a renunciar, provocó un caos social que causó que nuestro país fuera mancillado con la invasión de una fuerza armada foránea.
Arden las pasiones; llamaradas de inconformidades se esparcen por todo el país siendo la agria desesperación el principal combustible del encono.
El panameño supuestamente tranquilo perdió la paciencia y de respingo se volvió violento.
Está en la calle reclamando derechos, condenando a las autoridades y menospreciando aquellos que manipulan el poder judicial.
La situación es delicada. El pueblo ignora el clamor por la paz y cada día salen a las calle más personas que sin rubor vociferan y acusan como principales culpables de este desbarajuste social a este gobierno que agonizante va dejando un pésimo legado.