Si bien es cierto que la música es necesaria para el esparcimiento y sirve de antídoto para temporalmente ahuyentar problemas, el exceso de diversiones es tóxico, perjudicial y atrasa el desarrollo de la nación .
El exceso de farándulas nubla el pensamiento e impide que los habitantes del país mediten sobre problemas que nos aquejan y, en ocasiones, concentramos más esfuerzos en cosas superfluas que no tienen un verdadero valor.
Nuestro país es una veta de valiosos intelectuales que no están siendo reconocidos como lo ameritan.
Aquí se está menospreciando el talento. No reciben el mérito que merecen aquellos disciplinados profesionales que contribuyen a edificar la economía de este país donde los verdaderos talentos están siendo arrinconados para dar paso a la algarabía farandulera.
Estamos concentrando nuestros esfuerzos en exaltar aquel que nos divierte, mas no valoramos a quienes dedican su jornada diaria a las ciencias u otras disciplinas más productivas.
Las actividades festivas se necesitan para zafarnos del tedio que, en ocasiones, es malsano. Sin embargo, es necesario observar con espíritu altruista, aquellos talentos que aferrados al trabajo y disciplinados en sus oficios dedican esfuerzos a impulsar el desarrollo de este país que tanto lo necesita.
Hay excesivas actividades festivas y pocos certámenes intelectuales donde aquellos dotados de cerebros privilegiados tengan la oportunidad de demostrar que somos un país dotado de intelectuales que, sin complejos, están dispuestos a competir con los mejores del mundo.
Los violines y acordeones son necesarios para alegrar el espíritu , pero también son sobresalientes y efectivos los literatos para nutrirnos de ideas; agrónomos para saciarnos de alimentos; ingenieros para construir vivienda y centros hospitalarios y, especialmente, aquellos que portan bisturís y estetoscopios para curar, salvar y prolongar nuestras vidas.