En las pasadas Lobatomías comencé un ejercicio, el de emparejar a los candidatos presidenciales que se plantean en el horizonte con las tres virtudes teologales que un cristiano de pro debe tener como norte en su vida y con los pecados capitales que debemos evitar si deseamos llegar con bien a la contemplación eterna.
Habiendo ya acabado la trilogía de la fe, la esperanza y la caridad, comienzo con los pecados que encarnan el resto de los candidatos, y como no podía ser menos vamos a comenzar por la soberbia, no por nada es el principal de los pecados, aquel que hizo que el ángel más bello a la derecha del dios de Israel se viniera a quedar clavado en el lago de hielo del dantesco noveno círculo infernal. La soberbia, ese sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos.
La soberbia de los que nos consideran ovejas retrasadas, (digo, y eso que ya de por sí las ovejas son animalicos bastante poco espabilados), cuando alegan que no son un partido religioso. ¿Se piensan que somos tan imbéciles que no vamos a darnos cuenta de que una gran parte de sus miembros pertenecen a una agrupación llamada Movimiento de Acción Reformada (MAR), donde se reúnen en conciliábulo líderes religiosos, pastores y guías espirituales evangélicos? ¿Se creen que nos chupamos el dedo mientras los escuchamos negar ser un partido evangélico cuando todos sabemos que los altos cargos de la junta directiva son pastores evangélicos y cuando el candidato de sobrenombre sexy es familiar de un mismísimo apóstol?
El toto, (otro milagro divino, señores, una chucha que habla), expuso ¡casualidad divina!, que el día en que presentaron en sociedad el partido en formación, había un grupo de pastores evangélicos que se habían agrupado como socialdemócratas independientes, pero que fue una feliz diosidencia y que nada estaba programado más que en los inexcrutables designios divinos cuando él los llamó a formar parte de su partido y ellos exultantes de gozo, aceptaron, pero, asevera, bajo ninguna circunstancia debe interpretarse como que son la base del partido. Ahí está la soberbia de nuevo la soberbia de los que se creen ungidos por las lenguas de fuego de la inteligencia divina, mientras los demás somos lerdos como corderitos y confiamos en ellos, porque ¡obvio! que no son la base del partido, son la cúpula.
El partido tiene la poca humildad de llamarse a ellos mismos ‘país’, claro está, porque como rezaba en un enorme letrero que hasta hace unos años se podía leer en la interamericana, “Cristo es el señor de Panamá”, y ante la imposibilidad de que el galileo venga a darnos sus indicaciones directamente y sin escalas, ellos, los mandamases del país, nos transmitirán los deseos de su señor. Cumpliendo el divino designio de componer aquello que nadie más puede. Se nos venden como un partido que busca la defensa de la familia, cito, «bajo el precepto legal, bíblico y cristiano», de modo que niegan cualquier concesión a los derechos individuales y al matrimonio igualitario, del cual su líder, ha dicho que es una «aberración contra natura». Siendo como es su pseudónimo el nombre por el que en varios países de América Latina designan a los órganos sexuales femeninos, podemos entender la negativa a que los hombres puedan coger con nada que no sea una vulva, ahora bien, ¿qué argumento podrían llegar a tener para rechazar como rechazan la educación sexual?
Sea como fuere, ante los cuestionamientos de que los religiosos no pueden participar en política, aquel que presta su boca para que su dios hable afirma que no es cierto que la Constitución panameña niegue a los religiosos el derecho a participar en política partidista. En efecto, el buen señor se la coge con papel de fumar y alega que cualquier sacerdote, pastor o líder de cualquier denominación religiosa, puede aspirar a un cargo, pero claro, solo en el caso de que se separen del cargo que ostentan. Soberbio alegato que esquiva la regulación tratando de hacernos creer que van a dejar sus convicciones en casa, y sobre todo, que van a dejar en casa su obsesión con llevar el agua a su propio molino.