En el caos del tráfico en El Cairo, los taxistas ya no esconden su opinión por temor. «No tenemos libertad en Egipto. ¡Estamos hartos de al Sisi!”, dice uno de ellos. En la última década, a los egipcios les preocupaba principalmente la caída del nivel de vida.
Egipto tuvo una inflación del 33% en menos de un año. Un tercio de sus 105 millones de habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza. Todos estos años la libertad no era una prioridad, con tal de que los egipcios pudieran alimentarse.
Seguridad en vez de libertad
“Cuando al Sisi llegó al poder en 2013, hubo muchos atentados», recuerda Mohamed Lotfi, director de la ONG de derechos humanos Comisión Egipcia de Derechos y Libertades (ECRF), una de las últimas en Egipto. “Mucha gente eligió la seguridad en vez de la libertad»; agrega.
El entonces ministro de Defensa, Abdelfatah al Sisi, se presentó como la solución a la amenaza que suponían los Hermanos Musulmanes, a través de la figura de Mohamed Morsi, el primer presidente elegido democráticamente en la historia de Egipto.
En aquel momento, el oficialismo «modificó la Constitución, introduciendo artículos que permitían establecer un Estado islámico y un Estado religioso. Todo esto molestó mucho a una mayoría del pueblo egipcio, que salió a la calle para arrebatar el poder a los Hermanos Musulmanes», explica Amr Alshobaky, especialista del islam político.
Un año después de haber sido elegido, Mohamed Morsi fue derrocado y encarcelado el 3 de julio de 2013. Durante más de un mes, en pleno Ramadán, bajo el calor sofocante de El Cairo, sus partidarios se reunieron para exigir el regreso del mandatario.
Del 14 al 16 de agosto, el régimen militar abrió fuego contra los manifestantes congregados en la plaza Rabia al Adawiyya. Según admitieron las propias autoridades egipcias, murieron al menos 638 personas. La ONG Human Rights Watch describió esta represión como «la mayor masacre de la historia moderna de Egipto».
En un abrir y cerrar de ojos, se decretó el estado de excepción y se catalogó a los Hermanos Musulmanes como una «organización terrorista», lo cual multiplicó los juicios en masa.
Para los activistas de derechos humanos, que tenían aún muy presente la «primavera árabe», fue muy doloroso ver regresar el régimen militar.
Desde entonces, cualquiera que critique el poder de al Sisi o del ejército se expone al peligro. “El país lleva diez años sin gobierno local», explica Hossam Bahgat, director de la Iniciativa Egipcia por los Derechos de la Persona (EIPR). “El poder utiliza los arrestos como principal herramienta para gobernar. Y no se trata sólo de presos políticos. Cualquiera puede ser detenido. Una vez en prisión, no hay proceso legal y no se sabe cuándo saldrás libre”, detalla.
Un tercer mandato previsto
Según las organizaciones de derechos humanos, hay 60.000 presos políticos en las cárceles egipcias. Son cifras que las autoridades por su parte niegan. Mohamed Morsi murió en prisión en 2019.
En un año se celebrarán elecciones y al Sisi busca ser candidato a su reelección. Por ello ha decidido lanzar un gran diálogo nacional. “Es en realidad un mosaico de monólogos, no un diálogo», denuncia Lotfi. “Le exigimos compromisos al gobierno, en particular sobre la liberación de los presos políticos. Entre abril de 2022 y abril de 2023, liberaron a 1.600 presos. Pero por otro lado detuvieron a otros 3.600. Por eso nos rehusamos a participar en su diálogo”, dice.
Debido a la crisis económica que sacude al país, Estados Unidos y la Unión Europea van a seguir muy de cerca las elecciones presidenciales de 2024, por necesidad de mantener cierta estabilidad en este país ubicado una región muy inestable políticamente.
En Egipto no hay oposición, por lo que al Sisi puede obtener con facilidad un tercer mandato. «No acepta las críticas; cree que ha sido enviado por Dios para salvar al país», señala Hossam Bahgat. “El presidente ha decidido destruir las instituciones del Estado y gestionarlo todo por su cuenta, por lo que ahora es el único responsable de la situación de Egipto”, concluye.
Fuente: Radio Francia Internacional.